lunes, 25 de mayo de 2015

¿Cómo dejé de vomitar?


Cuando una vomita varias veces al día, a cualquier hora... hasta de noche, en cualquier lugar y circunstancia (en una sala de cine, sentada y viendo una película) es muy difícil deshabituarse.


Convertir el vómito en un modo de vida, habitual y natural, no sólo deja secuelas en el cuerpo... también en la cabeza. Y una vez en manos de los médicos, lo más complicado es hacer entender a tu mente que los vómitos tienen que acabar.

Y sí, hablo de la cabeza como si no formara parte de mi... porque es así como he vivido durante muchos años. Es muy complicado de explicar pero lo intentaré.


Vives sabiendo lo que está bien y lo que no... pero a pesar de eso, tu mente actúa por ti... decide, te manipula, te altera y te domina... luego lloras, te arrepientes, te maldices y vuelves a empezar. 

Así durante más de 20 años.

Tengo que decir que la medicación ayuda mucho a arrinconar los pensamientos recurrentes y compulsivos de tu cabeza. También a llevar lo más dignamente posiblemente tu propia traición... y a que las fuerzas no se marchen cada vez que te encuentras arrodillada en el baño...a pesar de que prometiste que ya no más.

Enseguida me di cuenta que no lo podía dejar todo en manos de la química, tampoco de las terapias... así que como otras veces, había que poner manos a la obra y frenar al máximo los impulsos inmediatos de vomitar después de cualquier ingesta (desde una manzana a un plato de sopa).


Ya fuera del hospital, en situaciones de riesgo (una cena, una reunión con gente alrededor de una mesa, la hora de comer en el trabajo), todavía me resultaba imposible no visitar el baño justo después del último mordisco. Era como si estuviera programada para ello, no podía evitarlo después de años y años de hacerlo.

Decidí que durante un tiempo iría al lavabo acompañada. Si en el hospital iba con las enfermeras... ¿qué había de malo en buscar aliadas? Olga, en el trabajo;  Maria José y mi madre, en otras ocasiones... me acompañaban cada vez que lo pedía y si no lo hacía, me decían 'espera que vengo'.

Con el tiempo fui entendiendo que el baño estaba para otras cosas. Alejando también ese impulso irracional que me llevaba a vomitar, aunque sólo hubiera bebido una taza de té. 

Poco a poco descubrí que si cuando iba al baño hablaba o cantaba, nadie tenía que entrar y así les evitaba ese mal trago y responsabilidad

Contar del 1 al 100, hacia delante... atrás... cantar o contar una historia, me fue muy útil... mi cabeza fue eliminando poco a poco esa respuesta automática. Lo que necesitaba.

Me dí cuenta también que si mi hijo me cocinaba (sin necesidad de contarle que tenía anorexia y aprovechando que le encantaba ponerse el delantal), me costaba muchísimo más ir al baño. Ese plato me lo había hecho Marc con toda la dedicación del mundo... ¿cómo lo iba a traicionar?

Me propuse entonces dejar llegar a buen puerto las comidas que Marc cocinara (desde un bocadillo, a una ensalada a un plato de pasta). Los dos conseguimos que los fines de semana no se convirtieran en un descontrolado ir y venir del baño.

La última idea fue pedirle a mi madre que me llamara después de comer y cenar, cuando no tenía ningún recurso a mi alcance. Le dí permiso para que me preguntara, sin miramientos: ¿qué has comido... has vomitado?.

Escuchar a tu madre preguntarte a diario cada si has vomitado es demasiado grande para jugar con ello. No podía mentirle, ni quería. Aprendió enseguida a hacer ese trabajo y yo me dejé llevar. Creo que una o dos veces le tuve que contar que había vomitado y no esperé a que me llamara. Lo hice yo.

Nadie me contó que todo esto se podía hacer... como tampoco nunca nadie me había hablado de la anorexia. 
Todo esto, además de los médicos y las pastillas, me ayudó a plantarle cara a la anorexia... una enfermedad, en mi caso, con  la fuerza de un titán. 

Gracias por leerme.

Fuente de la imagen: PhotoRack

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