Desvelar un secreto de los que pesan es tan liberador como tortuoso. Más, si debes compartirlo con personas a las que puede afectar de un modo especial. Personas que pueden llegar a no entenderlo y que además sabes que necesitarán de tu ayuda para procesarlo.
Por ese motivo, únicamente compartí mi trastorno alimentario con mi hijo cuando estaba segura y supe que protagonizaba la recuperación definitiva.
No habría más oportunidades. Jugar conmigo misma era algo habitual... pero con los sentimientos de Marc, no me lo hubiera perdonado jamás.
Reconocer que tenía anorexia y que mi entorno supiera de ello, no era suficiente. Había algo más que resolver. Marc vivió aquella época como si no pasara nada... en realidad, porque ante sus ojos jamás ocurrió nada.
De lo que sí fue consciente , en varias ocasiones: de mis cambios de humor. Episodios que tanto yo como mi madre no dejamos nunca sin respuesta. Así que el trabajo y las estrecheces económicas, eran siempre el motivo de mis vaivenes psíquicos.
'A la mamá le están mirando porqué no engorda, porqué pierde peso y porqué se le va el apetito... por eso tiene que comer en un hospital y beberse estos batidos, para recuperar fuerzas'.
Con el ingreso llegó el momento de la verdad. Marc tenía que saber que me sucedía algo... que esa madre coraje que él conocía necesitaba ayuda.
Despacio... con cuidado, empecé contándole que no me encontraba bien... que el médico no estaba contento con mi peso y que había decidido poner solución al tema.
Eso calmó los primeros nervios, más los míos que los suyos, ya que Marc no parecía preocupado. Si había un problema y el médico decidió poner solución, ¡todo estaba bien!
'Yo ya veía que estabas muy delgada', fue lo único que me dijo. Un bofetón silencioso que ya era hora alguien me diera...¡hasta un niño de 12 años se daba cuenta que estaba demasiado delgada!
Con los días, empecé a responder preguntas... '¿Por qué estás tan delgada?, ¿por qué no engordas?, ¿por qué no ganas peso si comes?, ¿qué ha descubierto el médico?, ¿qué te hacen en el hospital?, ¿qué has comido hoy?, ¿por qué necesitas medicación?, ¿qué son estos batidos que te traes del hospital?, ¿cómo se llama el médico?, ¿qué haces en el hospital y con quien estás?, ¿por qué vas a un hospital a comer?, ¿por qué no puedo comer contigo?'... y ¡un sinfín más!
Empecé contándole que parecía tenía algún problema. ¡Nada que no tuviera remedio! Con el tiempo, le fui explicando que tenía una especie de rechazo a la comida... y que me estaban enseñando a superarlo.
Lo llevamos bien. Tanto, que Marc me pidió conocer al médico, a las enfermeras, a mis compañeras de hospital.
El doctor Soriano no dudó un solo momento en ver a Marc y aclararle todo lo que necesitaba saber para asegurarse que su madre estaba en buenas manos. Así fue... Marc y yo nos marchamos juntos del hospital con una sonrisa interminable.
A partir de entonces, Marc puso imágenes y caras al lugar en el que yo pasaba los días... estaba realmente tranquilo. Me preguntaba y yo respondía.
Empezamos a comer juntos, siempre que podíamos... algo que no sucedía tiempo ha. Y eso nos unió todavía más. La comida empezó a adquirir un significado diferente para mi. La comida une y se comparte... la comida acorta distancias y estrecha lazos, la comida da tranquilidad, estabilidad y seguridad.
Tiempo después me preguntó, '¿qué es un trastorno alimentario... lo que tú tienes?'. 'Sí', fue la respuesta.
'¿Y por qué no comes por qué no quieres o por qué no puedes?'. 'Un poco de las dos cosas Marc, pero me están enseñando a querer y poder. Tú tranquilo que lo conseguiré!'
Jamás le tuve que volver a decir que estuviera tranquilo o que lo lograría... los hechos hablaron por sí solos.
Ahora Marc, con 17 años, sabe que su madre tuvo anorexia. Y lo mejor:
he podido demostrarle que proponerse algo y lograrlo está siempre en las manos de uno. Si realmente lo quiere.
No hay camino imposible.
Y como siempre te digo: 'Marc, yo de mayor quiero ser como tú'.
Gracias por leerme.
Fuente de la imagen: www.openphoto.net