Como diría cualquier madre que se precie, 'no nos hemos dado ni cuenta y la Navidad, a la vuelta de la esquina'. Ni más ni menos. En 24 días estamos sentados en la mesa celebrando el nacimiento de un bebé con la enorme responsabilidad de cambiar la Historia de la Humanidad.
Sentarse a la mesa... algo tan sencillo y a su vez tremendamente complicado. Así han sido siempre mis Navidades, retorcidas como una escalera de caracol. Una época con un extraordinario desgaste de energía en la que cualquier esfuerzo ha sido poco
Cuando sabes que tienes un problema con la comida, compartir mantel es un sacrificio. Al menos, en mi caso. Durante años estos días los he usado para el terrible ejercicio de hacer ver que no me pasaba nada y menos con la comida.
Mis Navidades se traducían entonces en comer más de la cuenta, lo que me ponían y más, para que nadie pudiera pensar que tenía un trastorno alimentario y que mi delgadez se debía a un mal uso de la comida
Siempre con las pertinentes y purgativas visitas al baño, que en época navideña se triplicaban... cómo mínimo. Un calvario agotador que solo yo sabía y que me ha dejado todos los años para el arrastre.
Desde hace unos años las Navidades son bastante más tranquilas. Ya no estoy pendiente del camino del baño, (ni de si está libre u ocupado), tampoco de la jarra del agua y mucho menos de la comida. He aprendido a dejar el teatro para otras ocasiones y a enfrentarme a una reunión familiar como una persona adulta
A la fuerza he aprendido a decir basta. Mientras, los míos -que ya saben mucho-, han entendido lo importante que es respetar esa palabra. Nadie me insiste con la comida, porque no es necesario... me dejan el suficiente espacio y aire para que respire.
A cambio, tienen una hija, una hermana, una esposa y una madre tranquila y contenta, que se sienta a la mesa como uno más. Con sus miedos bajo la alfombra, sus complejos a raya y las ganas de vivir recién estrenadas.
Feliz Navidad!
Gracias por leerme.
Fuente de la imagen: www.openphoto.es