martes, 1 de diciembre de 2015

La anorexia y la Navidad


Como diría cualquier madre que se precie, 'no nos hemos dado ni cuenta y la Navidad, a la vuelta de la esquina'. Ni más ni menos. En 24 días estamos sentados en la mesa celebrando el nacimiento de un bebé con la enorme responsabilidad de cambiar la Historia de la Humanidad. 

Sentarse a la mesa... algo tan sencillo y a su vez tremendamente complicado.  Así han sido siempre mis Navidades, retorcidas como una escalera de caracol. Una época con un extraordinario desgaste de energía en la que cualquier esfuerzo ha sido poco


Cuando sabes que tienes un problema con la comida, compartir mantel es un sacrificio. Al menos, en mi caso. Durante años estos días los he usado para el terrible ejercicio de hacer ver que no me pasaba nada y menos con la comida. 

Mis Navidades se traducían entonces en comer más de la cuenta, lo que me ponían y más,  para que nadie pudiera pensar que tenía un trastorno alimentario y que mi delgadez se debía a un mal uso de la comida


Siempre con las pertinentes y purgativas visitas al baño, que en época navideña se triplicaban... cómo mínimo. Un calvario agotador que solo yo sabía y que me ha dejado todos los años para el arrastre.

Desde hace unos años las Navidades son bastante más tranquilas. Ya no estoy pendiente del camino del baño, (ni de si está libre u ocupado), tampoco de la jarra del agua y mucho menos de la comida. He aprendido a dejar el teatro para otras ocasiones y a enfrentarme a una reunión familiar como una persona adulta

A la fuerza he aprendido a  decir bastaMientras, los míos -que ya saben mucho-, han entendido lo importante que es respetar esa palabra. Nadie me insiste con la comida, porque no es necesario... me dejan el suficiente espacio y aire para que respire. 

A cambio, tienen una hija, una hermana, una esposa y una madre tranquila y contenta, que se sienta a la mesa como uno más. Con sus miedos bajo la alfombra, sus complejos a raya y las ganas de vivir recién estrenadas.

Feliz Navidad!

Gracias por leerme.

Fuente de la imagen: www.openphoto.es

domingo, 15 de noviembre de 2015

La anorexia me ha obligado a pensar: ¿para qué la usaba y qué escondía detrás?


Cuando una pasa por un proceso de anorexia, y quiere recuperarse, tiene muchos frentes a los que plantar cara. Muchos... tantos que a ratos parecen demasiados.

Parecen y lo son. 

Recuerdo el peor momento de la recuperación, muy al principio: me atendía el psiquiatra y la psicóloga dos día a la semana. Y aunque a las visitas iba a compartir experiencias y sensaciones, también iba a responder preguntas

Preguntas que sólo escuchar son todo un reto. Primero, porque duelen y enojan en la misma medida. Y segundo, porque requieren pensar.

Con el tiempo aprendí que vomitaba miedos, muchos. También, que me negaba la comida para no despistarme y no bajar la guardia... y lo más doloroso: que eso fueron historias que me cree en mi cabeza, y que me creí, porque en su momento no supe procesar

Entre las preguntas más venenosas que he respondido durante este tiempo, recuerdo un puñado: ¿quién es la auténtica M. Àngels, por qué destaca además de por ser anoréxica?, o ¿cómo llamarías la atención si no fuera a través de la comida?


'¿Cómo dice,  que yo no soy sólo anoréxica... soy algo más que no me preocupado en descubrir?, que ¿por qué no me atrevo a enfrentarme a mi misma?, y ¿por qué en vez de hablar, vomito?' 

Preguntas imprevistas que molestaron e incomodaron tanto que siempre me juraba que era la última visita, sobretodo con la psicóloga. Otra de tantas... ¡cuántas veces me marché sin intención de volver!

Pero a la semana siguiente, allí estaba. Otra frente a frente... las tres a solas: las preguntas, la psicóloga y yo.

Y es que hacían tanto daño, como efectos secundarios tenían: que alguien todas las semanas te mire a los ojos y espere una respuesta, te obliga a caminar dejando de mirarte el ombligo y a buscar soluciones

La salida está. Tan lejos o tan cerca como uno quiera. Sólo hay poner en marcha el GPS interno que todos llevamos dentro y dejarse guiar... pero aclaro: si uno no quiere seguirá en el callejón sin salida... tropiezo tras tropiezo.  

Descubrir, aceptar y reconocer son pasos imprescindibles a los que uno llega acompañado por personas que saben. Personas que sin juzgar te ayudan a encontrar la salida. 

Eso sí, jamás responderán por ti ni serán permisivos: todo tiene respuesta

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net


viernes, 6 de noviembre de 2015

¿Anorexia, sí o no... cómo saberlo?


'No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír'

Creo que este es el mejor de los principios para el post de hoy.. para  el que recomiendo: quien no quiera ver ni oír, mejor que no lea


Descifrar si tenía anorexia o no. ¡Qué difíci! A solas y en mi mundo... con la prohibición auto impuesta de preguntar a nadie. Quería descubrirlo, lo que no sabía es que iba a hacer luego con ese hallazgo 

No recuerdo como empecé a investigar, pero sí alguna noche en vela después de escuchar a una madre desesperada en un programa de radio.... o testimonios, todavía ahogados, de algún reportaje de televisión. 

La enfermedad ya habitaba en mí y sabía, mejor que nadie, que algo me conectaba con esas historias


A los quince años era impensable sentarse delante del ordenador y esperar respuestas... pero de más mayor,  pasé muchas horas conectada a Internet hasta para dar con las claves que estaba persiguiendo. Eso sí, en silencio y sin dejar rastro. La respuesta, sólo para mí.

Como si fuera ahora recuerdo el tropiezo con varios test médicos y psicológicos que ayudaban a determinar si sufrías se anorexia... Al principio, sólo los leía. Nunca completos, sólo aquellas preguntas que me interesaban y que no me delataran al 100%. No estaba preparada para la verdad

Con el tiempo, empecé a prestar atención a todas las preguntas... hasta que llegó el día en el que me atreví con uno de ellos. Luego con otro y luego, otro más y así con unos cuantos más...

¿Te pesas más de una vez al día?, ¿la cantidad de calorías es lo primero que te interesa saber de un alimento?, ¿te sientes culpable cuando comes?, ¿preguntas frecuentemente a tus familiares y amigos si estás gordo?, ¿nunca te ves delgado?, ¿ayunas periódicamente?, ¿evitas reuniones dónde te ves obligada a comer?, ¿no quieres mostrarte en traje de baño y prefieres la ropa holgada?, ¿sientes frío habitualmente?, ¿lo que más te gusta que te digan cuanto te ven es que estás delgada?, ¿ha habido modificaciones en tu peso en los últimos meses?, ¿quedas menos con tus amigos y prefieres estar sola?, ¿tienes alimentos que no comes, que están prohibidos?, ¿temes lo que los demás puedan pensar de ti?, ¿sientes ansiedad antes de las comidas?, ¿me valoro y siento que me valoran por mis resultados?, ¿te sometes a dietas severas y evitas lo que engorda?, ¿tienes miedo a engordar?, ¿calculas las porciones de comida?, ¿te sientes culpable cuando comes alimentos calóricos?, ¿piensas en como deshacerte de las calorías?, ¿crees tener sobrepeso?, ¿te resulta imposible comer por placer?...



No había duda... tampoco margen de maniobra... 

Era lo que era y yo lo sabía... aunque no quisiera ver, ni escuchar.

Gracias por leerme!

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domingo, 1 de noviembre de 2015

La anorexia y el índice de recaídas



Tropezar con una aguja en un pajar es más fácil que dar con una cifra oficial y fiable sobre las recaídas en la anorexia. 
Días a la caza del porcentaje... y todavía a la espera de estudio alguno que arroje una cifra a la que agarrarse.

Así de complicado es cuantificar una enfermedad que en la mayoría de los casos se lleva en silencio y que premeditadamente se esconde en lugares recónditos dónde nadie se atreve a entrar

Aún así, algunos datos ayudan  a recomponer el panorama de las recaídas:

Según los expertos, aproximadamente el 20% de los pacientes que se recuperan sobreviven a la enfermedad con recaídas... además añaden: su historia clínica se cursa con varias recaídas

Y rematan: la enfermedad reaparece con unas conductas más severas y es más difícil de detectar ya que el enfermo está más experimentado.

Lo primero me resulta imposible de verificar. Lo segundo, lo corroboro: si yo no hubiera confesado que había recaído nadie se hubiera dado cuenta... era anoréxica profesional y estaba mucho más delgada que otras veces. 

Los entendidos afirman también que la anorexia se ha convertido ya en la tercera enfermedad entre adolescentes (por detrás de la obesidad y el asma) y que tiene un alto indice de cronificación

Por tanto, es una enfermedad que se inicia a una edad temprana y se mantiene en el tiempo. Otro extremo que corroboro teniendo en cuenta que empecé con la anorexia a los 15 y que ahora con 43, aunque recuperada, sigo en la batalla.

No me gusta cuando descubro que el 25% de pacientes se convierten en enfermos crónicos. Y menos, cuando leo a Carmen... una expaciente, como yo, que define con atino la anorexia y su evolución: 'muchos años después de la recuperación continuas viviendo con ella o contra ella'. Y así son nuestros días, añado yo. 

Siempre caminando por el lado más seguro. Recordando lo que fue, lo que hizo de ti y tu entorno y huyendo que lo que podría ser, si fuere.
Protegiéndote de momentos duros, situaciones difíciles y manteniendo a raya tu parte débil y vulnerable. 
Queriéndote y entendiéndote, sin caer en la autocomplacencia, manteniendo la guardia... aunque haya días que dejarse llevar pareciera más sencillo.

Así son nuestros días.

Gracias por leerme!

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sábado, 24 de octubre de 2015

La anorexia viste de negro


Hace algunos años descubrí la capacidad de algunas personas para relacionar ciertos nombres e incluso a otros individuos, con colores. Se llaman sinestésicos y son los que de forma automática ven un color cuando escuchan un nombre, ven a una persona o oyen su voz.

Aunque pueda parecer un invento, creo que no lo es... al menos eso parece cuando lees que la Universidad de California reconoce la sinestesia y explica que tiene una base científica: 'se debe a una activación cruzada de áreas adyacentes del cerebro que procesan diversas informaciones sensoriales. El cruce podría explicarse por un fallo en la conexión de los nervios cuando el cerebro se forma en el útero'(Wikipedia dixit).

Yo nunca he tenido esa capacidad y dudo que con el tiempo se aprenda...pero lo que sí me ha llamado la atención es la capacidad que he tenido de relacionar la anorexia con un color: el negro 

Siempre he sido una persona 'muy de negro'. Es un color que me gusta, en ocasiones me ha definido y con el que me siento cómoda. En mi armario nunca ha faltado nada negro, de hecho siempre lo ha habido... quizás más de la cuenta.

Durante una larga época sólo he vestido de negro, sin obedecer a modas. Era cuando estaba muy delgada, mucho. Vestía así porque me gustaba... pero siendo fiel al blog diré más: me hacía sentir todavía más delgada, más pequeña y más poca cosa. Y eso me subía la autoestima y me daba seguridad, porque todavía podía aparentar menos peso

Han sido muchos años con el negro en los cajones... y todavía continúa. No en vano, mi madre, mi marido, mi amiga del alma, mi hermana y bastante gente más, me recuerdan cada dos por tres que visto mucho de negro...demasiado. Y que cualquier otro color, cuando lo uso, me ilumina la cara. 

Desde mi recuperación hago, todavía hoy, grandes esfuerzos por pintar mi armario de color. Y aunque no lo he conseguido del todo, en ello estoy. La diferencia está a la vista: antes, todo negro... ahora ha aparecido el morado, el verde oscuro, el gris en todas sus tonalidades y se ha mantenido el negro, que todavía está muy presente.

Siendo sincera os diré que el negro se mantiene porque me gusta y me hace sentir cómoda, pero sin necesidad de tirarme de la lengua también confesaré que con este color me veo más delgada

Y supongo que en el fondo y en la forma todavía siento la necesidad de verme delgada. Es algo que está grabado muy profundo y que no se cuánto durará. He llegado a entender, comprender y asumir lo que el médico me dice: no estoy gorda... pero lo que es muy difícil de evitar y corregir es la tendencia a querer estar más delgada, algo que no haré por pura prescripción personal.

También, ya que voy de confesión, os diré que últimamente estoy recurriendo más a menudo al negro. Y esto en lo que nadie repararía, es algo que me mantiene en alerta

Los pájaros alzan el vuelo en manada cando intuyen el peligro al acecho... yo también. Por eso hace semanas me he puesto en marcha y aunque no lo aparente, me faltan piernas y me sobran pensamientos positivos para alejarme de mi oscuro depredador.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net

domingo, 11 de octubre de 2015

¿La anorexia está en los genes?


Una de las cosas que más te inquieta cuando te diagnostican un trastorno alimentario, anorexia purgativa y restrictiva (en mi caso), es que quede claro que no se trata de un invento propio, ni un capricho.

Eso es lo que más me preocupó cuando el médico me dejó bien claro que lo mío era una enfermedad mental.

Entonces, en muchos casos, viene el problema. Cuando erróneamente se vincula esta enfermedad a la voluntad exclusiva del paciente para desarrollar, mantener y perpetuar la anorexia, sin intención ninguna de ponerle fin. 

Es difícil de entender para muchos que uno no deja de comer porque sí y que no puede ni tan sólo decidir cuándo lo hace y cuándo no. Más complicado todavía comprender que los vómitos son irracionales, impulsivos y mecánicos. Y menos, que puedes llegar a sufrir un auténtico mono si no terminas en el baño o un ataque de ansiedad si comes

Eres la víctima. Y eso es complicadísimo de explicar, compartir y más de entender.

Es por eso, que siempre me ha interesado saber cuánto de genético tiene la anorexia. A pesar que la Organización Mundial de la Salud define la anorexia como un síntoma inespecífico, la comunidad médica se afana en encontrar alguna explicación más que la mental.

Todavía queda mucho que andar, pero quizás los primeros pasos ya estén dados. Hace una década, un estudio de la Universidad de Carolina del Norte apuntó que la causa de la anorexia podría encontrarse en la mutación de dos genes que actúan en la misma vía de señalización del cerebro. 

Y serían esta alteración la que disminuye la actividad de transcripción cerebral. El estudio dice que esta anomalía provoca la disminución de un gen llamado ESRRA y de una encima de nombre difícil (histona deacetilasa). Ambos implicados en las vías metabólicas, en el músculo y los tejidos grasos.

Pero no sólo eso, 

también se estima que entre el 50 y el 70% del riesgo de sufrir un trastorno alimentario es hereditario

No sé vosotros, pero una respira tranquila cuando lee cosas de este tipo.... a su vez, lamento descubrir que la probabilidad de que mi hijo pueda sufrir un trastorno alimentario es 10 veces mayor que la del resto de la población.

Es por eso, por Marc y por mi, que sigo trabanjo muy duro. Como si cada día fuera el primero. 

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.xatakaciencia.com


domingo, 4 de octubre de 2015

La anorexia y la vergüenza


La vergüenza es un sentimiento que siempre he tenido muy presente. De hecho, no tardé mucho en experimentar esta sensación de bien pequeña. Bien por timidez, bien por el exacerbado miedo a hacer el ridículo... que siempre me ha acompañado, como si se tratara de mi sombra. 

Ese miedo al ridículo, que en el fondo era un preocupante y prematuro miedo al rechazo, hizo que siempre fuera una persona correcta y que actuara como se esperaba de mi. Si no, todo iba mal

Hice que tratar conmigo fuera tan seguro como seguir un buen mapa. No había pérdida! A mi, esa tranquilidad ajena  me daba calma interior y me hacía entender que si daba lo que se me pedía, nunca me quedaría sola.

El rechazo, el abandono, la expulsión, han sido los fantasmas que siempre han llamado a mi puerta... y me han hecho esconder la cabeza bajo la almohada hasta que se ha hecho de día

De toda la vida, incluso ahora que soy mayor. Es por esto que tardé mucho en confesar que sufría anorexia. No quería que mi entorno lo supiera. Básicamente por vergüenza y por un terrible miedo al rechazo.

Con el tiempo aprendí a contarlo, tratando de explicar que yo soy esto y muchas cosas más. Creo que a quien más le costó entenderlo fue a mi misma. 

Uno puede ser simpático, divertido, responsable, impaciente, tozudo, ingenioso, inquieto y todo lo que se os ocurra, además de padecer una enfermedad. Y si todo se sabe llevar en su medida justa, nada tiene que convertirte en un ser extraño y repudiable.

En el último mes tres personas me han  pedido amistad por facebook. Personas que conozco hace poco tiempo pero con las que he tenido buena conexión. Pues bien, me he dado cuenta que esto me ha causado un conflicto que he tenido que aprender a resolver.

Hasta ahora todo mi entorno, personal y laboral,  conocía mis problemas con la alimentación.... pero hay amistades y trabajos que vienen y van... empiezan y acaban y dan paso a nuevas etapas. 

Eso es justamente lo que me ha sucedido. Aceptar a tres nuevas personas en facebook ha hecho que el fantasma de la vergüenza me susurre una vez más al oído y me hable de rechazo.

Finalmente, aunque tarde, he aceptado a estas tres personas en las redes sociales...esperando que conocer mi pasado no las condicione ni para bien, ni para mal.

Mientras espero a que nada suceda, me afano en escribir una pancarta bien visible desde cualquier punto de vista en la que se pueda leer: no me juzgues por esto, ya estoy curada!

Cuanto más ganas le pongo a la pancarta, más la leo. 
Sólo me falta creérmelo.

Gracias por leerme.

Fuente de la imagen: www.openphoto.net

sábado, 12 de septiembre de 2015

Bienvenido al mundo, Marc!

I jo a tu...

Eran las 17.50 y su cuerpo se acabó de escurrir de entre mis piernas, como si lo hubiera hecho más veces. De la manera más natural, espontánea e indolora posible. No dio tiempo a más de tres empujones, casi no pude poner en práctica las técnicas de las clases pre parto.

Todo un logro, después del miedo que acumulé durante meses. El parto me asustaba y creo que Marc lo sabía. Así que decidió nacer como sólo él sabe hacer las cosas: sin hacer ruido y sin estrés

Tan sólo una hora antes había llegado a la clínica. En taxi, como en las películas. El conductor, pálido y el copiloto (mi marido) en riguroso silencio. Yo soplando en el asiento de atrás, temiendo que en cualquier momento Marc asomara la cabeza. 

La llegada a la clínica fue sonada, la única parturienta de todo el hospital... que mientras daba los datos en recepción, rompía aguas. Inmediatamente llamaron al anestesista, a la comadrona y al ginecólogo que disfrutaban del fin de semana/puente. El nacimiento se esperaba a partir del 13 y como la cosa estaba un poco verde, el jueves 17 de septiembre tenía hora para hacerme las correas. 'Probablemente, las últimas', me dijeron.

Una enfermera, joven... muy joven... casi seguro en prácticas y más asustada que yo, me dijo: 

'mientras esperamos a que lleguen siéntate en el baño'. '¿Estás segura? Como me siente, lo voy a parir', le dije. Me miró con cara de 'no, por favor... ni se te ocurra!'

A las 6 de la madrugada de ese sábado me levanté a hacer pipí... no me encontraba muy bien. Me dolía el bajo vientre y tenía malestar. No sabía lo que era un parto, pero intuía que poco me quedaba para saberlo

A las 9 de la mañana desperté al papá de Marc y le dije que no me sentía nada bien. Esa mañana nos dedicamos a andar. Me dijeron que cuanto más, mejor... así se encajaría antes. Sólo se trataba de quedarse quieta cuando me daban las contracciones y al terminar: seguimos la ruta por el barrio.

Ese día supe, desde primera hora,  que iba a ver la cara de Marc. Había pedido millones de veces que naciera en sábado, así no estaría sola. Y Marc, como todo en la vida, se lo tomó al pie de la letra!
Era sábado y tocaba nacer!

Eran las 17.50, como ahora. Sábado como hoy, de hace 17 años. El momento en el que llegó a mi vida una de las mejores personas que he conocido y la que con sólo 12 años, decidió que tenía que salvarme y luchar por mi.

Gracies, Marc.
De gran, com tu.

Gracias por leerme!


domingo, 6 de septiembre de 2015

Narciso, la anorexia y yo


Cuenta la leyenda que Narciso rechazó a todas las doncellas que irremediablemente caían rendidas a sus pies. Una actitud que enfadó tanto a Némesis, diosa de la venganza, que lo condenó a enamorarse de su propia imagen. 
Tal fue el hechizo que a partir de entonces Narciso sólo pudo pasar las horas contemplando su imagen reflejada en el agua
Absorto y preso de su aspecto, el bello Narciso se lanzó al agua y una bella y solitaria flor brotó en el exacto lugar en el que murió. 

Sea verdad o no esta historia siempre me llamó la atención. La conocí de bien pequeña y en realidad no sé como. 

A los 15 años, a punto de finalizar el curso (1º de BUP), la profesora de Historia del Arte nos pidió que hiciéramos un trabajo de investigación sobre el tema que quisiéramos. 
Le propuse escudriñar la historia de Narciso pero supongo que las pocas ganas de leer y corregir, teniendo en cuenta que estábamos a una semana de acabar el curso, la llevó a recomendarme que escogiera un trabajo más asequible y sobre el que encontraría abasta documentación en cualquier biblioteca. 
No existía internet, así que me dejé llevar por su consejo e hice un trabajo sobre la historia de la esclavitud... de Narciso, a la historia de la esclavitud!

Ese verano, conocí a un chico. Era el primero que me gustaba de verdad... así que sin haber aprendido todavía a calibrar ni entender ese tipo de emociones, caí rendida a sus pies. Se llamaba Narciso... detalle que me hizo creer en la justicia cósmica

Como se espera de esta historia,  Narciso cumplió al pie de la letra con las expectativas: pasó de mí sin dejar de jugar... y yo me pasé un año bailándole el agua, hasta que todo cayó por su propio peso.

Cuando todo terminó, enterré a Narciso en un lugar oscuro. No quería oír hablar de él así que cuanto más profundo, mejor. Con los años, y la ayuda de la psicóloga, poco a poco dejé que la historia saliera a flote... hasta que resolví temas pendientes.

Fueron años sin volver a pensar en Narciso, hasta que hace poco tiempo un conocido me preguntó: ¿te has planteado cuánto de narcisista tiene la anorexia?

No me esperaba un pregunta como esa. Automáticamente busqué el significado exacto de la palabra: 'Amor a la imagen de uno mismo. Admiración exagerada que siente la persona por su propio aspecto físico'

Decidí ir más allá y averiguar, cuánto tenía de patología el narcisismo. La Asociación Estadounidense de Psiquiatría recoge el Trastorno Narcisista de la Personalidad como una enfermedad mental del grupo B: desordenes dramáticos, emocionales o erráticos.  
Los manuales dicen muchas más cosas pero a mi me bastaba con mi pequeña investigación.

En pocos minutos aprendí lo que ya me inquietaba a los 15 años y creo que sólo ahora podría entender: 
presos de la imagen, algunos (los menos) son capaces de terminar con su propia vida y otros (mayoría, creo) luchan por descubrir valores que los embellecen a diario

Gracias por leerme!


sábado, 29 de agosto de 2015

Luchando agosto


Agosto siempre fue para mi uno de los meses más celebrados del año. Las vacaciones siempre han tenido la curativa propiedad de reconciliarme con las asperezas de a diario y hacerme sentir recompensada... como un niño en Día de Reyes. 

Durante 20 años mis vacaciones, en agosto... y aunque para mis 'escapadas'  seguía usando el mismo billete de metro que el resto del año, me reconfortaba disponer de todo ese tiempo para mi. 

Y cuando ya había tirado el libro de instrucciones, todo cambió. 

Este año mi mes de agosto ha dado un giro, no sé de cuantos grados pero intuyo que bastantes: 12 horas fuera de casa de lunes a viernes

No tener tiempo para sentarme a comer en mi mesa con Diego, me ha regalado un sinfín de horas muertas y tiempo infinito para pensar a fondo... como poco había hecho en un mes de agosto.

Un día cualquiera, esperando que se hiciera la hora de entrar a trabajar, empecé a recordar como eran mis veranos... y que estaba haciendo un año atrás, tres, siete, diez y hasta 25!!!!

En ese momento caí en la cuenta que eran las fiestas del pueblo al que fui de niña y adolescente. 

Al principio, buen sabor de boca... pero a los pocos segundos: escalofrío de pies a cabeza. Desenterré un recuerdo que vivía muchos metros bajo tierra: fue en agosto cuando empecé a vomitar la comida

Ese recuerdo no me ha dejado indiferente 28 años después. Y menos teniendo en cuenta mi realidad actual: comer sola a diario, a pesar del estrés del trabajo y de haber descubierto que se está borrando mi cintura

Abrir el tupper de lunes a viernes no ha sido fácil, pero sí posible. Cada día ha llegado a casa por lavar, eso sí. Y sin restos de comida que podía haber hecho desaparecer, pero que he decidido alojar en la barriguita que me ha regalado la menopausia 

Como veis, esta es un lucha que jamás termina. Yo la libro a diario y en los momentos menos pensados. Hasta cuando tu jefa entra en el despacho con una báscula en la mano y dice: 'chicas, mirad lo que ha llegado. Vamos a pesarnos'. 

No subir a esa báscula, a pesar de las tentaciones,  ha sido otro de los triunfos de este mes de agosto.


Gracias por leerme de nuevo!

Fuente de la imagen: www.photorack.net


domingo, 2 de agosto de 2015

La anorexia y el entorno laboral



Desvelar tu propia identidad en el ámbito laboral es un ejercicio que no siempre estás dispuesto a practicar.  La mayoría de las veces, creo, por ahorrarte problemas. Por eso yo, como muchos, durante años he bastante hermética a la hora de contar quién era. 

No he sido persona de cambiar de un trabajo a otro, al contrario. Mis últimos 15 años los pasé en la misma empresa y los 5 anteriores, entré y salí por la misma puerta todos los días. 


Remontándome al 1995, estuve un lustro trabajando en una empresa, con los mismos compañeros a diario y nadie jamás cayó en la sospecha que yo pudiera tener un trastorno alimentario.

Cabe decir que en mi ámbito laboral, y según en la división que juegues, nunca se han respetado demasiado los horarios de las comidas. Quedando esta necesidad en último lugar cuando no todo estaba listo para salir al aire


Comer a deshoras, saltarse comidas, engullir en la misma mesa de trabajo, dejar un bocadillo a medias o el plato por terminar en el restaurante es algo que me ha acompañado a diario a la hora de comer, durante mis últimos 20 años. 

Algo que no sólo me pasaba a mi, también a mis compañeros... pero que en mi caso alimentaba un monstruo completamente desatado y en fase de crecimiento: la anorexia.

La primera vez que me diagnosticaron anorexia como no me ingresaron, decidí no contar nada a nadie. Me moría de la vergüenza, primero. Y segundo, como era una enfermedad todavía no comprendía, me asustaba la reacción de terceros. No abrí boca. 

Lo que pudieran pensar de una pesaba mucho, quizás porque  mi propia opinión sobrepasa los límites de la exigencia y acariciaba el auto castigo. Huía de los juicios y las preguntas porque mi cabeza ya estaba suficientemente alterada.

Pocos años después, con el ingreso, tuve que enfrentarme a una situación complicada. La doctora no dudo ni un solo momento en darme la baja y el psiquiatra en firmar mi ingreso. 

Había que contar: entre lágrimas y sollozos conseguí verbalizar algo que ni yo misma alcanzaba a entender.


Una vez dicho, necesité desparecer de la faz de la tierra. Había mucho que solucionar y era necesario hacerlo lejos del ámbito en el que me desenvolvía con soltura, alevosía y nocturnidad.

Respecto a los jefes, con el tiempo fueron conociendo detalles del motivo de mi ingreso... meses de ausencia merecían una buena explicación.

El retorno fue duro, muy duro. Había invertido todo el tiempo en reordenar mi cabeza, en entender las cosas importantes de la vida, en comprender quién era yo y aceptarme (como mínimo intentarlo)... y retorné a un lugar dónde el tiempo jamás de detiene. Volví al trabajo después de 8 meses, envuelta de desentreno y fragilidad.

Con los años aprendí a contar que estaba enferma sin mentiras ni rodeos, tampoco con detalles. Y siempre con una sombra planeando sobre mi cabeza: ¿la anorexia podría, alguna vez,  llegar a ser motivo de despido?


No lo fue. Ya fuera de este círculo, decidí contar mi experiencia en el blog. 

Al principio, pensé que quizás perjudicaría mis pesquisas laborales. No miento si os cuento que todavía hoy creo que el CEO de una compañía pudiera tener reticencias a la hora de contratarme... o que en igualdad de condiciones y capacidades, se decantara antes por una persona que no hubiera sufrido un trastorno alimentario.


No me ha sucedido, de momento.... aunque no pierdo de vista que siempre habrá bocas llenas de falsa comprensión y otras, vacías de estereotipos inútiles.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net

sábado, 25 de julio de 2015

¿Cómo le conté a mi hijo que tenía anorexia?



Desvelar un secreto de los que pesan es tan liberador como tortuoso. Más,  si debes compartirlo con personas a las que puede afectar de un modo especial. Personas que pueden llegar a no entenderlo y que además sabes que necesitarán de tu ayuda para procesarlo.

Por ese motivo, únicamente compartí mi trastorno alimentario con mi hijo cuando estaba segura y supe que protagonizaba la recuperación definitiva. 

No habría más oportunidades. Jugar conmigo misma era algo habitual... pero con los sentimientos de Marc, no me lo hubiera perdonado jamás.

Reconocer que tenía anorexia y que mi entorno supiera de ello, no era suficiente. Había algo más que resolver. Marc vivió aquella época como si no pasara nada... en realidad, porque ante sus ojos jamás ocurrió nada.

De lo que sí fue consciente , en varias ocasiones: de mis cambios de humor. Episodios que tanto yo como mi madre no  dejamos nunca sin respuesta. Así que el trabajo y las estrecheces económicas, eran siempre el motivo de mis vaivenes psíquicos

Con el ingreso llegó el momento de la verdad. Marc tenía que saber que me sucedía algo... que esa madre coraje que él conocía necesitaba ayuda.

Despacio... con cuidado, empecé contándole que no me encontraba bien... que el médico no estaba contento con mi peso y que había decidido poner solución al tema. 

Eso calmó los primeros nervios, más los míos que los suyos, ya que Marc no parecía preocupado. Si había un problema y el médico decidió poner solución, ¡todo estaba bien!

'Yo ya veía que estabas muy delgada', fue lo único que me dijo. Un bofetón silencioso que ya era hora alguien me diera...¡hasta un niño de 12 años se daba cuenta que estaba demasiado delgada!

Con los días, empecé a responder preguntas... '¿Por qué estás tan delgada?, ¿por qué no engordas?, ¿por qué no ganas peso si comes?, ¿qué ha descubierto el médico?, ¿qué te hacen en el hospital?, ¿qué has comido hoy?, ¿por qué necesitas medicación?, ¿qué son estos batidos que te traes del hospital?, ¿cómo se llama el médico?, ¿qué haces en el hospital y con quien estás?, ¿por qué vas a un hospital a comer?, ¿por qué no puedo comer contigo?'... y ¡un sinfín más!


'A la mamá le están mirando porqué no engorda, porqué pierde peso y porqué se le va el apetito... por eso tiene que comer en un hospital y beberse estos batidos, para recuperar fuerzas'.  

Empecé contándole que parecía tenía algún problema. ¡Nada que no tuviera remedio! Con el tiempo,  le fui explicando que tenía una especie de rechazo a la comida... y que me estaban enseñando a superarlo.

Lo llevamos bien. Tanto, que Marc me pidió conocer al médico, a las enfermeras, a mis compañeras de hospital. 

El doctor Soriano no dudó un solo momento en ver a Marc y aclararle todo lo que necesitaba saber para asegurarse que su madre estaba en buenas manos. Así fue... Marc y yo nos marchamos juntos del hospital con una sonrisa interminable.

A partir de entonces,  Marc puso imágenes y caras al lugar en el que yo pasaba los días... estaba realmente tranquilo. Me preguntaba y yo respondía. 

Empezamos a comer juntos, siempre que podíamos... algo que no sucedía tiempo ha. Y eso nos unió todavía más. La comida empezó a adquirir un significado diferente para mi. La comida une y se comparte... la comida acorta distancias y estrecha lazos, la comida da tranquilidad, estabilidad y seguridad.

Tiempo después me preguntó,  '¿qué es un trastorno alimentario... lo que tú tienes?' 'Sí', fue la respuesta. 

'¿Y por qué no comes por qué no quieres o por qué no puedes?'. 'Un poco de las dos cosas Marc, pero me están enseñando a querer y poder. Tú tranquilo que lo conseguiré!'


Jamás le tuve que volver a decir que estuviera tranquilo o que lo lograría... los hechos hablaron por sí solos.

Ahora Marc, con 17 años, sabe que su madre tuvo anorexia. Y lo mejor:
he podido demostrarle que proponerse algo y lograrlo está siempre en las manos de uno. Si realmente lo quiere.

No hay camino imposible.
Y como siempre te digo: 'Marc, yo de mayor quiero ser como tú'.


Gracias por leerme.

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sábado, 18 de julio de 2015

La anorexia y sus propiedades corrosivas



Charlaba hace unos días con Emilio, un buen amigo de mi marido. Me sorprendió hablar con un chico sobre la anorexia... creo que es la primera vez que lo hago con un desconocido.

Fue una conversación distendida y agradable en la que me dijo algo que me hizo pensar. 'No creía que la anorexia podía llegar a ser tan corrosiva'.

Amante de las dos ruedas y de los coches de época, como mi marido, tuvo en su momento una pareja con anorexia... pasó todo el proceso que pudo pasar. Hasta dónde le dejaron y como la mayoría de las parejas, salió rebotado... por los aires! Escupido de una  tormentosa e incomprensible relación... por la que luchó, seguro, hasta el último día.

Le dije que era cierto, la anorexia destrozaba todo lo que tocaba... y cuanto más cercano, más saña.

Repasamos algunos de los momentos vividos, a la par pero en momentos y lugares diferentes. Y reconocernos en cada uno de los relatos, nos sirvió. A mi me fue útil escuchar en boca de terceros cómo se sufre la anorexia desde y a él, los ojos le dalataron.

Todo esto pasó en un día en el que Diego decidió llevarme con sus amigos... los ''Santos Bastardos... aunque como dice la camiseta de 'el Gurú', ni tan santos, ni tan bastardos...

Y fue en un día como ese en el que reconocí todavía asignaturas pendientes. Relacionarme con un grupo grande de gente desconocida, me sigue dando impresión... y siempre tiendo al aislamiento. 


Entre otras cosas, porque me asusta no caer bien... '¿No gustar?', lo más probable.

Pasar todo un día fuera de casa, comer fuera e ir a bañarse, con personas poco conocidas, fue todo un reto para mi. Con sus miedos y sus tensiones internas... aunque controladas.

Y es que es verdad, Emilio. La anorexia te lleva al aislamiento, a quedarte sola en casa y a relacionarte cuanto menos mejor. 

Así es esta enfermedad. Teje una perfecta tela de araña en la que quedas atrapada y no puedes salir. En parte, porque no quieres... en parte, porque no sabes.

Abrirte al mundo es todo un desafío. Yo lo he ido haciendo poco a poco... sin prisas,pero sin perder el hilo. 

Lo mejor: descubrir que los rincones de la vida están llenos de personas que valen la pena.

Gracias por leerme!

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sábado, 11 de julio de 2015

La anorexia de madrugada



Hay momentos en la vida que te abren los ojos como si te abofetearan el alma. Son señales de las que solamente tú eres el receptor universal. Una imagen, una conversación in fraganti, una frase caída  de un libro. Instantes que provocan el caos interior.

Todavía recuerdo, como si fuera esta noche pasada, una madrugada clarificadora.  Dormía tranquilamente, todo lo tranquila que mi conciencia me permitía,  quizás por eso me desperté a media noche… el sueño emprendió una fuga inesperada.

Como siempre, la radio en marcha.

Una mujer decía: ‘No sé qué hacer! Ella cree que no sé nada, que no lo he descubierto… pero sólo la tienes que mirar para darte cuenta que se está matando poco a poco’

Me quedé catártica, con las emociones congeladas. Era una madre que aprovechaba la tranquilidad y complicidad de la noche para explicarle a una desconocida que su hija ayunaba, vomitaba, tiraba la comida y otra ristra de cosas escalofriantes que retumbaron en mi cuerpo, de cabeza a pies.

Un relato, una llamada a escondidas, que me tocó y hundió.

Desde entonces me pregunto ¿por qué desperté en ese momento?¿ Por qué me conecté a aquella historia?

Poco me hizo falta para darme cuenta que aquella conversación me esperaba. La tenía que escuchar para darme cuenta de cosas, para identificarme y reconocer a los que sufrían en silencio por mí.

Años han pasado y con el tiempo he descubierto que la vida está llena de alarmas que sólo una puede descifrar. Pero no sólo eso, también que por cuestiones de supervivencia es mejor enfrentarse de cara a ellas, sin excusas. Dejar que entren, exploten, reposen y hagan su efecto, como las pastillas efervescentes que tanto odio y tan bien me van.

Todavía hoy estoy agradecida a esa madre que no conozco porque sus lágrimas, que también fueron las mías, me acercaron un poco más al principio del fin.

Gracias por leerme!

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domingo, 28 de junio de 2015

¿La anorexia vivía en el baño?



Tenía cinco años. Hacía buen tiempo y si no era fin de curso, poco le faltaba. 


Desde bien pequeña tenía un mundo interior que poco tenía que envidiar al mundo real. Con sus personajes imaginarios, en mi caso de llamaban Carmela y Cuchumeneia. No sé el por qué de esos nombres, pero me han acompañado toda la vida.


A Carmela y a Cuchumeneia, a las dos por igual les contaba mis cosas. A la vez y en la misma medida. Hacía tiempo que hablaba con ellas y eso me hacía sentir bien... porque siempre estaban cuando las podía necesitar. Les contaba por qué me había enfadado que me hacía sentir mal (incomprendida es la palabra exacta... que yo desconocía).


A menudo en ocasiones, recuerdo de pequeña una sensación en el pecho que me hacía sentir intranquila, con ganas de llorar y muy insegura... como si me escurriera por dentro. Me sudaban las manos y movía el pie compulsivamente. Ahora de mayor, lo comparo con la ansiedad pero tampoco sé decir si eso era. Entonces en esos momentos, si no estaba mi madre, recurría a Carmela y a Cuchumeneia.


Le pedí a la señorita permiso para ir al baño. 'Señorita Teresina, por favor puedo ir al lavabo'. 'Sí,ves', contestó. Recuerdo que algo tenía que contarles a Carmela y Cuchumeneia. No recuerdo el qué pero lo hice. Probablemente que alguna niña me había hecho rabiar... y en vez de expresarlo en público llorando, preferí refugiarme en el baño.


Nunca nadie me había dicho que tener un mundo interior estaba prohibido, ni que te podrían castigar por ello. Tal era mi naturalidad con mi realidad paralela que mi madre sabía de la existencia de mis dos amigas imaginarias. 


La señorita me escuchó hablar con las dos. Y al salir del baño, ¡sorpresa! Me estaba esperando en la puerta del baño de brazos cruzados. '¿Con quién estabas hablando?', me preguntó. Yo le contesté que 'Con nadie'. ¿Cómo iba a contarle a esa señora quiénes eran Carmela y Cuchumeneia?


Entró conmigo en el baño, miró tras la puerta, detrás de la taza del váter y hasta levantó la tapa para ver si había alguien escondido... yo, mientras, muerta del miedo.  

'¿Con quién hablabas?', volvió a preguntar. Ante mi negativa se giró hacia el resto de compañeras y dijo: 'Como la señorita Pastor no nos quiere contar con quién hablaba, la vamos a castigar toda la tarde en el lavabo hasta que nos lo cuente'. La carcajada rebotó en mis oídos. También en un lugar que después aprendí, se llamaba alma.

Pues nada, de 3.30 a 5.30 me vi encerrada en un baño de poco más de un metro cuadrado... con la prohibición expresa de sentarme y de encender la luz. De vez en cuando, desde la puerta oía: 'Señorita Pastor, ¿nos vas a contar con quién hablabas?'. Yo no respondía.

Evidentemente, como soy tan obediente... no me senté ni un segundo...

Hasta nunca antes interpreté que el baño podía ser un lugar de castigo. Frío, agobiante y oscuro, y un lugar dónde podía llorar hasta hartarme. Con los años, descubrí que puede llegar a ser un infierno.

Tampoco me había planteado nunca que tener un mundo interior, lleno de pensamientos y un diálogo con una misma repleto de inquietudes, pudiera ser motivo de escarnio...

Para mí, Carmela y Cuchumeneia eran un juego. Una muleta, si queréis...me ayudaban a ser más valiente en ciertas ocasiones. Quién sabe si el reflejo de una patología. No lo sé. Lo que sí sé, es que nunca debieron ser motivo de castigo.

Siempre me he preguntado hasta que punto ese episodio fuera una lección que tardé mucho en desaprender: pienses lo que pienses y pase lo que pase por tu cabeza, no debes compartirlo. Para una queda y de la cabeza no sale.

Boca cosida y cara sonriente... así pasé más de quince años.

Carmela y Cuhumeneia nunca supieron que vomitaba la comida, que ayunaba o que restringía alimentos... para aquel entonces no formaban parte de mi día a día. 

Existían y existen porque formaron parte de mi infancia, quizás si les hubiera contado lo que me pasaba, me hubiera costado menos contárselo a mi madre... o hubiera tenido la suerte de que alguien me hubiera escuchado tras la puerta.

Gracias por leerme!

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