sábado, 11 de julio de 2015

La anorexia de madrugada



Hay momentos en la vida que te abren los ojos como si te abofetearan el alma. Son señales de las que solamente tú eres el receptor universal. Una imagen, una conversación in fraganti, una frase caída  de un libro. Instantes que provocan el caos interior.

Todavía recuerdo, como si fuera esta noche pasada, una madrugada clarificadora.  Dormía tranquilamente, todo lo tranquila que mi conciencia me permitía,  quizás por eso me desperté a media noche… el sueño emprendió una fuga inesperada.

Como siempre, la radio en marcha.

Una mujer decía: ‘No sé qué hacer! Ella cree que no sé nada, que no lo he descubierto… pero sólo la tienes que mirar para darte cuenta que se está matando poco a poco’

Me quedé catártica, con las emociones congeladas. Era una madre que aprovechaba la tranquilidad y complicidad de la noche para explicarle a una desconocida que su hija ayunaba, vomitaba, tiraba la comida y otra ristra de cosas escalofriantes que retumbaron en mi cuerpo, de cabeza a pies.

Un relato, una llamada a escondidas, que me tocó y hundió.

Desde entonces me pregunto ¿por qué desperté en ese momento?¿ Por qué me conecté a aquella historia?

Poco me hizo falta para darme cuenta que aquella conversación me esperaba. La tenía que escuchar para darme cuenta de cosas, para identificarme y reconocer a los que sufrían en silencio por mí.

Años han pasado y con el tiempo he descubierto que la vida está llena de alarmas que sólo una puede descifrar. Pero no sólo eso, también que por cuestiones de supervivencia es mejor enfrentarse de cara a ellas, sin excusas. Dejar que entren, exploten, reposen y hagan su efecto, como las pastillas efervescentes que tanto odio y tan bien me van.

Todavía hoy estoy agradecida a esa madre que no conozco porque sus lágrimas, que también fueron las mías, me acercaron un poco más al principio del fin.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net


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