sábado, 29 de agosto de 2015

Luchando agosto


Agosto siempre fue para mi uno de los meses más celebrados del año. Las vacaciones siempre han tenido la curativa propiedad de reconciliarme con las asperezas de a diario y hacerme sentir recompensada... como un niño en Día de Reyes. 

Durante 20 años mis vacaciones, en agosto... y aunque para mis 'escapadas'  seguía usando el mismo billete de metro que el resto del año, me reconfortaba disponer de todo ese tiempo para mi. 

Y cuando ya había tirado el libro de instrucciones, todo cambió. 

Este año mi mes de agosto ha dado un giro, no sé de cuantos grados pero intuyo que bastantes: 12 horas fuera de casa de lunes a viernes

No tener tiempo para sentarme a comer en mi mesa con Diego, me ha regalado un sinfín de horas muertas y tiempo infinito para pensar a fondo... como poco había hecho en un mes de agosto.

Un día cualquiera, esperando que se hiciera la hora de entrar a trabajar, empecé a recordar como eran mis veranos... y que estaba haciendo un año atrás, tres, siete, diez y hasta 25!!!!

En ese momento caí en la cuenta que eran las fiestas del pueblo al que fui de niña y adolescente. 

Al principio, buen sabor de boca... pero a los pocos segundos: escalofrío de pies a cabeza. Desenterré un recuerdo que vivía muchos metros bajo tierra: fue en agosto cuando empecé a vomitar la comida

Ese recuerdo no me ha dejado indiferente 28 años después. Y menos teniendo en cuenta mi realidad actual: comer sola a diario, a pesar del estrés del trabajo y de haber descubierto que se está borrando mi cintura

Abrir el tupper de lunes a viernes no ha sido fácil, pero sí posible. Cada día ha llegado a casa por lavar, eso sí. Y sin restos de comida que podía haber hecho desaparecer, pero que he decidido alojar en la barriguita que me ha regalado la menopausia 

Como veis, esta es un lucha que jamás termina. Yo la libro a diario y en los momentos menos pensados. Hasta cuando tu jefa entra en el despacho con una báscula en la mano y dice: 'chicas, mirad lo que ha llegado. Vamos a pesarnos'. 

No subir a esa báscula, a pesar de las tentaciones,  ha sido otro de los triunfos de este mes de agosto.


Gracias por leerme de nuevo!

Fuente de la imagen: www.photorack.net


domingo, 2 de agosto de 2015

La anorexia y el entorno laboral



Desvelar tu propia identidad en el ámbito laboral es un ejercicio que no siempre estás dispuesto a practicar.  La mayoría de las veces, creo, por ahorrarte problemas. Por eso yo, como muchos, durante años he bastante hermética a la hora de contar quién era. 

No he sido persona de cambiar de un trabajo a otro, al contrario. Mis últimos 15 años los pasé en la misma empresa y los 5 anteriores, entré y salí por la misma puerta todos los días. 


Remontándome al 1995, estuve un lustro trabajando en una empresa, con los mismos compañeros a diario y nadie jamás cayó en la sospecha que yo pudiera tener un trastorno alimentario.

Cabe decir que en mi ámbito laboral, y según en la división que juegues, nunca se han respetado demasiado los horarios de las comidas. Quedando esta necesidad en último lugar cuando no todo estaba listo para salir al aire


Comer a deshoras, saltarse comidas, engullir en la misma mesa de trabajo, dejar un bocadillo a medias o el plato por terminar en el restaurante es algo que me ha acompañado a diario a la hora de comer, durante mis últimos 20 años. 

Algo que no sólo me pasaba a mi, también a mis compañeros... pero que en mi caso alimentaba un monstruo completamente desatado y en fase de crecimiento: la anorexia.

La primera vez que me diagnosticaron anorexia como no me ingresaron, decidí no contar nada a nadie. Me moría de la vergüenza, primero. Y segundo, como era una enfermedad todavía no comprendía, me asustaba la reacción de terceros. No abrí boca. 

Lo que pudieran pensar de una pesaba mucho, quizás porque  mi propia opinión sobrepasa los límites de la exigencia y acariciaba el auto castigo. Huía de los juicios y las preguntas porque mi cabeza ya estaba suficientemente alterada.

Pocos años después, con el ingreso, tuve que enfrentarme a una situación complicada. La doctora no dudo ni un solo momento en darme la baja y el psiquiatra en firmar mi ingreso. 

Había que contar: entre lágrimas y sollozos conseguí verbalizar algo que ni yo misma alcanzaba a entender.


Una vez dicho, necesité desparecer de la faz de la tierra. Había mucho que solucionar y era necesario hacerlo lejos del ámbito en el que me desenvolvía con soltura, alevosía y nocturnidad.

Respecto a los jefes, con el tiempo fueron conociendo detalles del motivo de mi ingreso... meses de ausencia merecían una buena explicación.

El retorno fue duro, muy duro. Había invertido todo el tiempo en reordenar mi cabeza, en entender las cosas importantes de la vida, en comprender quién era yo y aceptarme (como mínimo intentarlo)... y retorné a un lugar dónde el tiempo jamás de detiene. Volví al trabajo después de 8 meses, envuelta de desentreno y fragilidad.

Con los años aprendí a contar que estaba enferma sin mentiras ni rodeos, tampoco con detalles. Y siempre con una sombra planeando sobre mi cabeza: ¿la anorexia podría, alguna vez,  llegar a ser motivo de despido?


No lo fue. Ya fuera de este círculo, decidí contar mi experiencia en el blog. 

Al principio, pensé que quizás perjudicaría mis pesquisas laborales. No miento si os cuento que todavía hoy creo que el CEO de una compañía pudiera tener reticencias a la hora de contratarme... o que en igualdad de condiciones y capacidades, se decantara antes por una persona que no hubiera sufrido un trastorno alimentario.


No me ha sucedido, de momento.... aunque no pierdo de vista que siempre habrá bocas llenas de falsa comprensión y otras, vacías de estereotipos inútiles.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net