Una con el tiempo se ha vuelto astuta. Lo suficiente como para fingir un disparo a puerta por la banda derecha y marcar un gol. No tengo ni idea de fútbol y en mi vida he chutado un balón, pero me identifico con la emoción de los jugadores cuando logran despistar al guardameta.
Me he pasado muchos años de mi vida vistiendo la camiseta de portero. En frente, una jugadora tenaz y constante que me ha marcado goles hasta la humillación. Lo raro: salir del terreno de juego sin lágrimas.
Así hasta que la astucia me invitó a descubrir que mi lugar no estaba la portería. Fue tan sencillo y complicado como llegar a la conclusión que mientras estuviera en actitud de recibir golpes, nada iba a cambiar. Seguiría enferma.
Sentarse y reflexionar sobre las actitudes que minan la anorexia, no fue nada fácil. Era una declaración de principios y eso dolía tanto como despedirse por siempre de un ser querido. Estaba dispuesta a ir más allá.
El primer paso: salir del zulo en el que me había acomodado dónde la anorexia se alimentaba de oscuridad, soledad y silencio. La primera barrera que rompí... y, a la vez, una de las que más he cultivado a lo largo de mi recuperación.
Contar me ha servido y me sirve. Sin entrar en detalles sórdidos. No son necesarios y aportan entre poco y nada.
Dar luz a mi problema, me ha servido y me sirve. Es la manera de evitar que la anorexia se reproduzca como el moho.
Y es que el tiempo me ha demostrado que cuanto más me he sincerado, más aliados he cosechado. Así que la ecuación, cuando logras entenderla, es sencilla:
A menos silencio y encubrimiento, más posibilidades de meter gol y ver como el portero abandona el terreno de juego con lágrimas en los ojos.
Gracias por leerme!
Fuente de la imagen: PhpotoRack