Llevar un secreto a cuestas durante tantos años me hizo desarrollar una habilidad especial: dar explicaciones cuando nadie me las pedía.
Se trataba de un mecanismo de defensa que se ponía en marcha antes de que pudieran preguntarme algo que sabía me iba a incomodar. Mejor dicho, enfadar.
Así es como me sentí la primera vez que me preguntaron si tenía un trastorno alimentario: enojada, incómoda, iracunda, violada... de todo menos con ánimos de confesar.
Todo sucedió muy rápido y de modo inesperado. Tenía 30 años y estaba en la consulta del dentista. Era una doctora. La cuarta visita juntas...
Sin esperármelo, soltó por la boca: '¿tienes un trastorno alimentario, vomitas mucho? Tienes los dientes completamente desgastados'.
Mi cabeza había aprendido a dar explicaciones pero no estaba preparada para responder preguntas y menos de ese tipo. Todavía hoy admiro la valentía y profesionalidad de aquella odontóloga que odié con todas mis fuerzas.
No dudó ni un momento. Me miraba fijamente a los ojos mientras esperaba una respuesta.
'No', contesté, pero la doctora no tuvo suficiente. Me seguía mirando. En ese momento, se me atropellaron los argumentos a la misma velocidad que la rabia.
'No, ni hablar. ¿Yo un trastorno alimentario? ¡Si soy madre!...¿cómo se te puede ocurrir preguntarme eso?'
Supongo que mi explicación no fue nada convincente. Al contrario, me delató más.
La odontóloga terminó el tema diciendo: 'bueno tranquila' y siguió con su trabajo, como si nada. Aquella noche no dormí. Fue la última vez que puse el pie en aquella clínica.
Después vino otro dentista. El Doctor Colls. Había pasado un año desde aquella 'estupidez'. '¿Qué te pasa en los dientes? los tienes desgastados como si vomitaras mucho. ¿Tienes un trastorno alimentario?'
'No', respondí. 'Me lo han dicho más de una vez, pero nada que ver'. Así remate el tema, pero esta vez sin llorar.
A los 37 años aterricé en la consulta del dentista... mi actual dentista, Ivailo. Fui con mi madre y juntas le contamos que la anorexia me había destrozado la boca. Lo primero que hizo, abrazarme y darme la enhorabuena por ser tan valiente. Inmediatamente, se puso a trabajar para borrar las señales de la enfermedad.
A partir de entonces, me di cuenta que mentir era lo peor que había podido hacer. A partir de entonces, con la verdad por delante!
Gracias por leerme!
Fuente de la imagen: PhotoRack.net
Pel que llegeixo, sembla més fàcil mentir-se a un mateix, que mentir als demés. Es donen conte molt aviat... :(
ResponderEliminarNo tant, en el meu cas van passar anys... desgraciadament per a mi. Tu saps que no estas bé per te les empesques perque no ho descobreixin.
ResponderEliminarGràcies per llegir-me