miércoles, 18 de marzo de 2015

Ochenta, ochenta y uno, (...), noventa. Cuando contar se convierte en una obsesión


Desde bien pequeña tengo debilidad por contabilizar cualquier cosa... sumar las matrículas de los vehículos, las rayas de los pasos de peatones, las veces que aparece el perro o el gato en un estampado. Los expertos lo llaman, aritmomanía o manía aritmética. Y a mi, lejos de preocuparme, me divierte.

Tenía 7 años cuando sus Majestades de Oriente me trajeron una caja registradora de juguete. Con su cajón, sus billetes y monedas. Son incontables las horas que me pasé en la cocina, junto a mi madre, cobrándole cualquier cosa que corriera por encima del mármol. '¿Este paquete de arroz? son 100 pesetas, señora'... y así hasta agotar la paciencia de la Loli.

La pasión por las máquinas registradoras no se me ha pasado todavía. Uno de mis sueños: tener una de las antiguas... de esas que cuando le das a la manivela, produce un estruendo que parece partir la tierra en dos. 

Nunca fue más allá de un juego, hasta el día que usé mi facilidad para contar y sumar con otros fines. Sabía que algo en mi no funcionaba bien. 

Estaba especialmente sensible con mi aspecto. No me gustaba mi cuerpo y me empeñaba en pensar cómo conseguir la figura ideal.
Una amiga me dijo: 'Para no engordar, lo que tienes que hacer es contar las calorías de los alimentos y también los hidratos de carbono'.

¡Dicho y hecho! a partir de ese momento, descubrí las etiquetas y toda la información que viene en ellas. Creo que no hace falta contaros qué sumaba y qué contaba, supongo que os los imagináis (en caso contrario, os lo cuento en privado).

Ir al super se convirtió en algo parecido a una tesis doctoral... no se escapaba un sólo decimal. Todo, con la finalidad de controlar cualquier cosa que fuera a ingerir. E incluso descartar alimentos, si creía que sobrepasaban los gramos permitidos.


Así durante años: convencida de que si no lo controlaba, me iba a convertir en algo parecido a un zeppelin. Y no sólo eso, me convertí en toda una experta en saber qué alimentos eran más grasos y tenían menos hidratos o qué marcas aportaban más fibra y menos azúcares. 

Mantener esa manía tan fácil de alimentar, me agotó. De tal modo, que ahora no miro ni una triste etiqueta. En mi caso, sé lo que hay al final. Así que decidí que no me apetece volver a cruzar ese puente.

Ahora dedico el tiempo a otras cosas. Más útiles y sanas. Es posible que mi agilidad para el cálculo mental no esté tan entrenada, me trae sin cuidado.
Mientras, todos los años les pido a sus Majestades una máquina registradora y creo que nunca lo dejaré de hacer. Sueño con darle a la manivela, causar incontables estruendos y con una sonrisa decir: 'Su cambio. Gracias'

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net



3 comentarios:

  1. M.Àngels...Mai he escotat o llegit a ningú que hagi patit d'anorèxia, que mencioni la alternativa de fer exercici físic per tal de cremar caloríes, enlloc de vomitar... T'has trovat tú en el mateix càs ?... petons guapa :)

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  2. Ricard, són vàries les coses que vaig fer per compensar... durant una época també vaig estar bastant enganxada a l'exercici físic... però no en tenia prou. No t'adones com la qüestió se t'ha escapat de les mans fins que no ho mires amb distància.
    Gràcies per seguir-me!

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