viernes, 24 de abril de 2015

¿Cómo vivió mi madre la anorexia? Relato en primera persona

Os presento a mi madre, la mejor del mundo.


El post de hoy está escrito a cuatro manos. Las de servidora, como siempre, y las de una invitada especial: mi madre. 


La persona que más ha luchado junto a mi en este proceso porque cuando mis fuerzas flaqueban, ahí estaban las de ella... por rendida que estuviera. La que me acogió en su vientre y años después, supo a hacerme un hueco para que me cobijara de nuevo.

La 'Loli' no escribe pero hace muchísimas otras cosas, dice que la artista de la familia soy yo. Creo que, como todas las mades, exagera. 

Es su primer encargo literario con el que ha conseguido llegarme al corazón. Os dejo con su post:


Os voy a hablar de mi hija. No me es fácil recordar aquellos momentos en nuestra vida familiar. Fue a últimos de febrero o principios de marzo, cuando me confesó que tenía un problema con la comida. Para ser sincera,  hacía un par de meses que no la veía bien pero no le quise dar mucha importancia. Salía con un chico y pensé: 'cosas de pareja'. No fue así.


Un día por la mañana mi hija me llamó por teléfono y me contó que se encontraba muy mal. Serían las ocho de la mañana y  la 'nena' estaba bastante apurada. Con lo que me dijo, inmediatamente fui al ambulatorio y hablé con la enfermera.


Nos dieron visita al momento. Mi hija quiso que entrara con ella en la consulta y explicó todo lo que pasaba, desde hacía mucho tiempo. Yo, claro está, escuchaba y no daba crédito a lo que estaba diciendo. La doctora, muy cariñosa con mi hija, dijo que se trataba de una enfermedad mental y nos mandó a una unidad hospitalaria de trastornos alimentarios. Tardaron dos meses en llamarnos.

Mientras, yo sentía que tenía que explicar a la familia lo que acababa de pasar con nuestra hija pequeña. 



Aquel mismo día se lo conté a Montse, la mayor. No se lo podía creer. Al cabo de unos días los reuní y les conté lo que ocurría. Su hermano pequeño, Álex, se asustó cuando le dije que el diagnóstico era claro. Su padre no entendía lo que le pasaba y lo único que decía es que 'no podía verla así'


Lloramos mucho todos, pero en ese momento tocaba ser fuerte. No había más salida.


Mientras esperábamos que nos llamaran del hospital, mi hija seguía trabajando. Con los ánimos y la moral por los suelos. Esos dos meses de esperas fueron durísimos. Tuvimos que ir varias veces a urgencias de psiquiatría porque M. Ángeles tenía mucha ansiedad, no comía, casi no dormía y estaba muy triste.

Finalmente llegó el día en el que fuimos al hospital. A mi no me dejaron entrar. Me quedé en la sala de espera y cuando veía pasar a las pacientes por allí, se me encogía el corazón.



Lo más duro fue  darse cuenta que mi hija no estaba mucho mejor que ellas.


El peor momento: cuando nos dijeron que tenía que ingresar en el hospital de día. Nos explicaron que era la mejor opción. Y aunque fue difícil para todos, gracias a eso hemos llegado dónde estamos hoy en día.

En ese momento tuvimos que organizar la casa: la 'nena' y Marc se vinieron a vivir con nosotros. No podían estar solos. Mi hija mayor me pidió que no me ocupará de nadie más que de la nena, que el resto daba igual. Ella se encargó de su sobrino. Se acercaba final de curso y venían todos los exámenes. Gracias a Montse sacó el curso adelante. Mi hijo se llevaba a su hermana todas las tardes a su casa, no quería que estuviera sola ni un minuto. Lucas, nuestro schnauzer preferido, no la dejó ni a sol ni a sombra.

El día a día era muy difícil. M.Ángeles tenía unos ataques de ansiedad muy fuertes y no sabíamos qué hacer. No quería salir a la calle y cuando lo hacíamos, dábamos muchas vueltas para no ver a la gente. Me la llevaba de paseo todos los días, aunque ella no quisiera. Me sentía muy impotente porque no sabía qué hacer con una persona tan destruida.


También Costaba mucho que mi hija comiera. Recuerdo la hora de la cena: sentada en el sofá como un pollito. Estaba una hora para conseguir cenar y siempre quedaba algo en el plato. Incluso con lagrimones se ponía a comer. 


Mientras yo la controlaba sin que se notara y sin presionar en exceso. No quería ponérmela en mi contra, al contrario.


Hubo momentos en los que me sentí culpable y a la vez, impotente.


La 'nena' cambió por completo. Aunque siempre ha sido buena y cariñosa, no tenía el mismo carácter. Estaba muy triste. Había dejado de sonreír, a pesar de lo risueña que siempre había sido. Lloraba mucho por su niño y constantemente preguntaba qué sería de él.

A medida que fue pasando el tiempo fue mejorando. Muy lentamente. Esta enfermedad no quiere prisas. Empezó a salir con sus compañeras del hospital. Las horas de la cena fueron mejorando, empezó a dormir más y mejor, a estar un poquito más contenta y a tener ganas de hacer cosas.



Después de 6 meses le dieron el alta del hospital. Ese día me dejaron entrar al hospital para que viviera junto a ella su alta (mi hija pidió permiso. No quiso que me perdiera un momento tan importante). 


El doctor Soriano, el psiquiatra de la unidad, la felicitó por su valentía. Incluso hicimos una fiesta en el hospital con sus compañeras que se quedaban todavía ingresadas. Hasta le dieron un diploma por paciente ejemplar. Un diploma que está enmarcado y siempre a la vista en casa. Al cabo de un tiempo largo le dieron el alta de la enfermedad, algo con lo que habíamos soñado toda la familia.

Al poco tiempo de recibir el alta, me dijo que había conocido a un chico. Nada más lo sabía yo! 



Aquel chico la ayudó a caminar y hoy en día es su marido. Le doy gracias a él, a nuestro Diego, por su gran apoyo y ayuda. Fue una pieza fundamental.



Mi hija logró vencer la anorexia con su fuerza de voluntad y valentía... y también, con un poquito de nosotros. Ahora nunca olvida sonreír. 

Vuestros hijos también pueden.

Gracias a mi madre y a todas las madres del mundo por ser y estarGracias por leernos!

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