viernes, 5 de junio de 2015

¿Cómo ayudar a un adolescente? Los primeros coqueteos con la anorexia


Una no viene preparada para la vida, ni en general y mucho menos en particular. La verdad,  muy pocas cosas en la vida (o casi ninguna) vienen con libro de instrucciones. Las importantes, ninguna con manual. Y cuando te encuentras frente a frente con una de ellas, piensas que ojalá pudieras sortearlas con la misma intuición que pones una lavadora, pero no es el caso.

La maternidad es una de esas facetas de la vida que te encantaría viniera con su correspondiente modo de uso... y por mucho que busques, en ningún cajón está.


El otro día mi hijo me confió un secreto de adolescente: 'Mamá, ¿sabes que mi amiga tiene el mismo problema que tú? Le cuesta mucho comer y cuando lo consigue, lo vomita todo'.

Por si no fuera suficiente, la cosa no quedó ahí. El secreto era de lastre largo. 'Ella es la que mejor está de todas sus amigas. Las otras lo vomitan todo para no engordar y miran las etiquetas de los alimentos para saber si se lo pueden comer'.

Si la vida viniera con libro de instrucciones, no sé en qué página estarían las indicaciones para este supuesto... yo me las tuve que ingeniar. Tenía que dar una respuesta a mi hijo y no sabía por dónde empezar!

Ojiplático, Marc esperaba el número de página... 

Le conté que después de mi historial y una vez recuperada, me he dado cuenta de o importante que es compartir los secretos. Por feos que sean. 
Y no hablo de complicidades... hablo de valentía para confesar lo que esta matando tu felicidad.


La primera vez que destapé mi secreto fue frente al espejo. 'Vomito todo lo que como, vomito todo lo que como, vomito todo lo que como'. Repetía sin fin... ahogada por mis propias palabras y lágrimas.


Fue un paso definitivo.  De tanto escucharlo, me planteé que pasaría si se lo contaba a alguien. 

Tirando de imaginación cerré los ojos y me vi en medio de una plaza... rodeada, llena de gente. Sólo se trataba de confesar y esperar la reacción del público. 'Vomito todo lo que como, vomito todo lo que como, vomito todo lo que como...'. Las normas que puse para esta situación imaginaria fueron honestas: si nadie se giraba y se me quedaba mirando, todo estaría bien.

Nada más terminar de pronunciar mi frase prohibida, todas las miradas se clavaron en mi. Sabía que tarde o temprano tendría que llegar el momento... lo que me traía entre manos no era tan normal.  

A pesar que enseguida me ofrecí para ayudar a la amiga de mi hijo, hasta ahora no he vuelto a tener noticias. De momento, le pedí que le hablara de la Plaza de la verdad... y que le confesará que yo todavía, de vez en cuando, me paseo por allí.

Gracias por leerme.

Fuente de la imagen: www.photorack.net






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