domingo, 31 de enero de 2016

La anorexia o te entierra, o la entierras


De la cantidad de cosas que se me han llegado a pasar alguna vez por la cabeza nunca pensé dedicar mi vida a la causa religiosa. Vengo de una escuela de monjas, así que no hubiera sido de extrañar.  

Tantos años me han llevado a conocer varias compañeras que decidieron liberar su vocación... también a otras que colgaron los hábitos.

Con un mucho de esfuerzo y valentía empezaron nuevas vidas. Al principio,  con una borrachera de vergüenza y secretismo... ahora, con la calma de los años y el saber que lo correcto es lo que fue.  

Jamás he tenido vocación  religiosa, en cambio sí he necesitado colgar los hábitos una vez en mi vida:  

Sacarse la etiqueta de trastorno alimentario es tan complicado como aceptar que te la cuelguen. Digo bien, la etiqueta te la ponen... pero te la quitas tú, y sólo tú... y eso es uno de los  pasos más crueles con una misma


Te obligas a salir de tu zona de confort. Y eso es titánico , incómodo e inoportuno, te lo plantees cuando te lo plantees.... nunca es buen momento.

Pero, ¿porqué preferir seguir anclada en algo tan nocivo? 

Es la única manera que sabes. Ahí no hay vértigo, ni desconocidos, ni sorpresas, ni decepciones... tampoco ilusiones, pero es que la vida real daba mucho miedo!

Cuando una está recuperada, tiene que aprender a soltar la enfermedad. Darle su espacio, cada vez más pequeño. En realidad,  una dura despedida y un gran duelo.  

Sabes que toca enterrar tu otro yo, así nunca más hablará ni actuará por ti

Es en este punto muchas somos reticentes a soltarle la mano a la enfermedad. Yo también lo fui. Me resistía a dejar de ser algo que era (anoréxica) para ser algo desconocido y que a ratos me provocaba vértigo.

El proceso de recuperación es tan largo como intenso y gran parte, sobre todo al final,  pasa por abandonar la enfermedad... de manera consciente y voluntaria. No hacerlo es seguir dándole licencia a un trastorno bajo el que se pueden llegar a justificar comportamientos casi inexplicables.

No hablo de reniegos... sólo de darle a la enfermedad el lugar que le pertenece. Cualquier otra cosa, es utilizar de bandera el trastorno alimentario

Con el tiempo me di cuenta que de nada sirve vivir del recuerdo. 

Una vez recuperada descubrí que el enemigo está tan lejos como uno quiera... aunque a días todavía sientas su aliento en la nuca


Dos preguntas de mi psicóloga me abrieron los ojos en este proceso: ¿quieres abandonar la enfermedad y curarte?, ¿te atreves a encontrarte con la verdadera Mª Àngels?

Y sin hábito me quedé.

Gracias por leerme.

sábado, 16 de enero de 2016

La anorexia, a diario la recuerdo


Hace más de 17 años que vivo en el mismo barrio: Sant Andreu, un lugar en el decidí quedarme, después de un año fuera de Barcelona.

Recuerdo los primeros días por sus calles, rebuscando entre lugares y vecindario... hasta sentirme completamente a gusto. Al principio no saludaba, porque a nadie conocía. Al poco tiempo, tímidamente a los vecinos y ahora ya me saludan y  saludo. Mamás de antiguos compañeros de Marc, a la chica del súper, a la peluquera, a José el del parquing... los suficientes y alguno más.

A otras personas las reconozco, pero todavía no las conozco. Sé que viven en el mismo barrio que yo. No más. Y entre ellas, algunas me llaman más la atención que otras.

Hacía muy poco que vivía en casa y ya me llamaban poderosamente la atención una madre y una hija. Yo creía que lo eran, y ahora sé que es así.

La madre siempre delante, con la mirada al frente y ojos abiertos... como avisando de lo que venía tras ella. Cinco o seis pasos por detrás, la hija. Siempre con un cigarro colgando... a punto de caer, pero mágicamente inmóvil.

Mirada al suelo... diría que más allá del asfalto. Pies arrastrados y andares derrotados. Sus hombros parecían cogidos con pinzas y su cuerpo caído... siempre rendido hacia delante.

El cigarro todavía hoy le obligaba a entornar los ojos y los pantalones, casi 20 años después, le siguen viniendo grandes... inmensos. Su cara triste y su extrema delgadez,  no pasa desapercibida nunca. Siempre pensé que sufría anorexia y que su madre estaba preparada para no librar esa batalla

El tiempo me ha dado la razón y todo me lo ha contado. Son madre e hija.

A diario, oigo por el patio de luces de mi cocina: 'Engracia, ¿qué has hecho con la comida?, 'no puedes comer sólo esto y no te vas a ir a la cama sin cenar'.

Entre sollozos Engracia responde lo que puede... la mayoría, excusas sin ton ni son. El peor rato para ella, cuando viene su hermana le cocina y, claro está,  la obliga a comer. Las peleas van a más y a más y a más... y la mayoría de veces, terminan con un portazo y creo que con algún empujón.

Pasa de los cincuenta. Tiene diez o doce más que yo, y lamentablemente sigue metida en el callejón. Cada día me la cruzo... diría que me la tropiezo. 

Hace cuatro años que es mi vecina. Vive en el entresuelo primero (pared con pared con mi casa), y todavía no saluda. No alza la mirada del suelo y baja las escaleras con el cigarro puesto. Allí por donde pasa deja un rastro de ceniza, que mi marido o yo acabamos barriendo.

Todavía hoy su cara es triste, los pantalones le quedan grandes y los huesos se le marcan. Cuánto me hubiera gustado equivocarme!

Gracias por leerme!