sábado, 25 de julio de 2015

¿Cómo le conté a mi hijo que tenía anorexia?



Desvelar un secreto de los que pesan es tan liberador como tortuoso. Más,  si debes compartirlo con personas a las que puede afectar de un modo especial. Personas que pueden llegar a no entenderlo y que además sabes que necesitarán de tu ayuda para procesarlo.

Por ese motivo, únicamente compartí mi trastorno alimentario con mi hijo cuando estaba segura y supe que protagonizaba la recuperación definitiva. 

No habría más oportunidades. Jugar conmigo misma era algo habitual... pero con los sentimientos de Marc, no me lo hubiera perdonado jamás.

Reconocer que tenía anorexia y que mi entorno supiera de ello, no era suficiente. Había algo más que resolver. Marc vivió aquella época como si no pasara nada... en realidad, porque ante sus ojos jamás ocurrió nada.

De lo que sí fue consciente , en varias ocasiones: de mis cambios de humor. Episodios que tanto yo como mi madre no  dejamos nunca sin respuesta. Así que el trabajo y las estrecheces económicas, eran siempre el motivo de mis vaivenes psíquicos

Con el ingreso llegó el momento de la verdad. Marc tenía que saber que me sucedía algo... que esa madre coraje que él conocía necesitaba ayuda.

Despacio... con cuidado, empecé contándole que no me encontraba bien... que el médico no estaba contento con mi peso y que había decidido poner solución al tema. 

Eso calmó los primeros nervios, más los míos que los suyos, ya que Marc no parecía preocupado. Si había un problema y el médico decidió poner solución, ¡todo estaba bien!

'Yo ya veía que estabas muy delgada', fue lo único que me dijo. Un bofetón silencioso que ya era hora alguien me diera...¡hasta un niño de 12 años se daba cuenta que estaba demasiado delgada!

Con los días, empecé a responder preguntas... '¿Por qué estás tan delgada?, ¿por qué no engordas?, ¿por qué no ganas peso si comes?, ¿qué ha descubierto el médico?, ¿qué te hacen en el hospital?, ¿qué has comido hoy?, ¿por qué necesitas medicación?, ¿qué son estos batidos que te traes del hospital?, ¿cómo se llama el médico?, ¿qué haces en el hospital y con quien estás?, ¿por qué vas a un hospital a comer?, ¿por qué no puedo comer contigo?'... y ¡un sinfín más!


'A la mamá le están mirando porqué no engorda, porqué pierde peso y porqué se le va el apetito... por eso tiene que comer en un hospital y beberse estos batidos, para recuperar fuerzas'.  

Empecé contándole que parecía tenía algún problema. ¡Nada que no tuviera remedio! Con el tiempo,  le fui explicando que tenía una especie de rechazo a la comida... y que me estaban enseñando a superarlo.

Lo llevamos bien. Tanto, que Marc me pidió conocer al médico, a las enfermeras, a mis compañeras de hospital. 

El doctor Soriano no dudó un solo momento en ver a Marc y aclararle todo lo que necesitaba saber para asegurarse que su madre estaba en buenas manos. Así fue... Marc y yo nos marchamos juntos del hospital con una sonrisa interminable.

A partir de entonces,  Marc puso imágenes y caras al lugar en el que yo pasaba los días... estaba realmente tranquilo. Me preguntaba y yo respondía. 

Empezamos a comer juntos, siempre que podíamos... algo que no sucedía tiempo ha. Y eso nos unió todavía más. La comida empezó a adquirir un significado diferente para mi. La comida une y se comparte... la comida acorta distancias y estrecha lazos, la comida da tranquilidad, estabilidad y seguridad.

Tiempo después me preguntó,  '¿qué es un trastorno alimentario... lo que tú tienes?' 'Sí', fue la respuesta. 

'¿Y por qué no comes por qué no quieres o por qué no puedes?'. 'Un poco de las dos cosas Marc, pero me están enseñando a querer y poder. Tú tranquilo que lo conseguiré!'


Jamás le tuve que volver a decir que estuviera tranquilo o que lo lograría... los hechos hablaron por sí solos.

Ahora Marc, con 17 años, sabe que su madre tuvo anorexia. Y lo mejor:
he podido demostrarle que proponerse algo y lograrlo está siempre en las manos de uno. Si realmente lo quiere.

No hay camino imposible.
Y como siempre te digo: 'Marc, yo de mayor quiero ser como tú'.


Gracias por leerme.

Fuente de la imagen: www.openphoto.net



















sábado, 18 de julio de 2015

La anorexia y sus propiedades corrosivas



Charlaba hace unos días con Emilio, un buen amigo de mi marido. Me sorprendió hablar con un chico sobre la anorexia... creo que es la primera vez que lo hago con un desconocido.

Fue una conversación distendida y agradable en la que me dijo algo que me hizo pensar. 'No creía que la anorexia podía llegar a ser tan corrosiva'.

Amante de las dos ruedas y de los coches de época, como mi marido, tuvo en su momento una pareja con anorexia... pasó todo el proceso que pudo pasar. Hasta dónde le dejaron y como la mayoría de las parejas, salió rebotado... por los aires! Escupido de una  tormentosa e incomprensible relación... por la que luchó, seguro, hasta el último día.

Le dije que era cierto, la anorexia destrozaba todo lo que tocaba... y cuanto más cercano, más saña.

Repasamos algunos de los momentos vividos, a la par pero en momentos y lugares diferentes. Y reconocernos en cada uno de los relatos, nos sirvió. A mi me fue útil escuchar en boca de terceros cómo se sufre la anorexia desde y a él, los ojos le dalataron.

Todo esto pasó en un día en el que Diego decidió llevarme con sus amigos... los ''Santos Bastardos... aunque como dice la camiseta de 'el Gurú', ni tan santos, ni tan bastardos...

Y fue en un día como ese en el que reconocí todavía asignaturas pendientes. Relacionarme con un grupo grande de gente desconocida, me sigue dando impresión... y siempre tiendo al aislamiento. 


Entre otras cosas, porque me asusta no caer bien... '¿No gustar?', lo más probable.

Pasar todo un día fuera de casa, comer fuera e ir a bañarse, con personas poco conocidas, fue todo un reto para mi. Con sus miedos y sus tensiones internas... aunque controladas.

Y es que es verdad, Emilio. La anorexia te lleva al aislamiento, a quedarte sola en casa y a relacionarte cuanto menos mejor. 

Así es esta enfermedad. Teje una perfecta tela de araña en la que quedas atrapada y no puedes salir. En parte, porque no quieres... en parte, porque no sabes.

Abrirte al mundo es todo un desafío. Yo lo he ido haciendo poco a poco... sin prisas,pero sin perder el hilo. 

Lo mejor: descubrir que los rincones de la vida están llenos de personas que valen la pena.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net








sábado, 11 de julio de 2015

La anorexia de madrugada



Hay momentos en la vida que te abren los ojos como si te abofetearan el alma. Son señales de las que solamente tú eres el receptor universal. Una imagen, una conversación in fraganti, una frase caída  de un libro. Instantes que provocan el caos interior.

Todavía recuerdo, como si fuera esta noche pasada, una madrugada clarificadora.  Dormía tranquilamente, todo lo tranquila que mi conciencia me permitía,  quizás por eso me desperté a media noche… el sueño emprendió una fuga inesperada.

Como siempre, la radio en marcha.

Una mujer decía: ‘No sé qué hacer! Ella cree que no sé nada, que no lo he descubierto… pero sólo la tienes que mirar para darte cuenta que se está matando poco a poco’

Me quedé catártica, con las emociones congeladas. Era una madre que aprovechaba la tranquilidad y complicidad de la noche para explicarle a una desconocida que su hija ayunaba, vomitaba, tiraba la comida y otra ristra de cosas escalofriantes que retumbaron en mi cuerpo, de cabeza a pies.

Un relato, una llamada a escondidas, que me tocó y hundió.

Desde entonces me pregunto ¿por qué desperté en ese momento?¿ Por qué me conecté a aquella historia?

Poco me hizo falta para darme cuenta que aquella conversación me esperaba. La tenía que escuchar para darme cuenta de cosas, para identificarme y reconocer a los que sufrían en silencio por mí.

Años han pasado y con el tiempo he descubierto que la vida está llena de alarmas que sólo una puede descifrar. Pero no sólo eso, también que por cuestiones de supervivencia es mejor enfrentarse de cara a ellas, sin excusas. Dejar que entren, exploten, reposen y hagan su efecto, como las pastillas efervescentes que tanto odio y tan bien me van.

Todavía hoy estoy agradecida a esa madre que no conozco porque sus lágrimas, que también fueron las mías, me acercaron un poco más al principio del fin.

Gracias por leerme!

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