domingo, 28 de junio de 2015

¿La anorexia vivía en el baño?



Tenía cinco años. Hacía buen tiempo y si no era fin de curso, poco le faltaba. 


Desde bien pequeña tenía un mundo interior que poco tenía que envidiar al mundo real. Con sus personajes imaginarios, en mi caso de llamaban Carmela y Cuchumeneia. No sé el por qué de esos nombres, pero me han acompañado toda la vida.


A Carmela y a Cuchumeneia, a las dos por igual les contaba mis cosas. A la vez y en la misma medida. Hacía tiempo que hablaba con ellas y eso me hacía sentir bien... porque siempre estaban cuando las podía necesitar. Les contaba por qué me había enfadado que me hacía sentir mal (incomprendida es la palabra exacta... que yo desconocía).


A menudo en ocasiones, recuerdo de pequeña una sensación en el pecho que me hacía sentir intranquila, con ganas de llorar y muy insegura... como si me escurriera por dentro. Me sudaban las manos y movía el pie compulsivamente. Ahora de mayor, lo comparo con la ansiedad pero tampoco sé decir si eso era. Entonces en esos momentos, si no estaba mi madre, recurría a Carmela y a Cuchumeneia.


Le pedí a la señorita permiso para ir al baño. 'Señorita Teresina, por favor puedo ir al lavabo'. 'Sí,ves', contestó. Recuerdo que algo tenía que contarles a Carmela y Cuchumeneia. No recuerdo el qué pero lo hice. Probablemente que alguna niña me había hecho rabiar... y en vez de expresarlo en público llorando, preferí refugiarme en el baño.


Nunca nadie me había dicho que tener un mundo interior estaba prohibido, ni que te podrían castigar por ello. Tal era mi naturalidad con mi realidad paralela que mi madre sabía de la existencia de mis dos amigas imaginarias. 


La señorita me escuchó hablar con las dos. Y al salir del baño, ¡sorpresa! Me estaba esperando en la puerta del baño de brazos cruzados. '¿Con quién estabas hablando?', me preguntó. Yo le contesté que 'Con nadie'. ¿Cómo iba a contarle a esa señora quiénes eran Carmela y Cuchumeneia?


Entró conmigo en el baño, miró tras la puerta, detrás de la taza del váter y hasta levantó la tapa para ver si había alguien escondido... yo, mientras, muerta del miedo.  

'¿Con quién hablabas?', volvió a preguntar. Ante mi negativa se giró hacia el resto de compañeras y dijo: 'Como la señorita Pastor no nos quiere contar con quién hablaba, la vamos a castigar toda la tarde en el lavabo hasta que nos lo cuente'. La carcajada rebotó en mis oídos. También en un lugar que después aprendí, se llamaba alma.

Pues nada, de 3.30 a 5.30 me vi encerrada en un baño de poco más de un metro cuadrado... con la prohibición expresa de sentarme y de encender la luz. De vez en cuando, desde la puerta oía: 'Señorita Pastor, ¿nos vas a contar con quién hablabas?'. Yo no respondía.

Evidentemente, como soy tan obediente... no me senté ni un segundo...

Hasta nunca antes interpreté que el baño podía ser un lugar de castigo. Frío, agobiante y oscuro, y un lugar dónde podía llorar hasta hartarme. Con los años, descubrí que puede llegar a ser un infierno.

Tampoco me había planteado nunca que tener un mundo interior, lleno de pensamientos y un diálogo con una misma repleto de inquietudes, pudiera ser motivo de escarnio...

Para mí, Carmela y Cuchumeneia eran un juego. Una muleta, si queréis...me ayudaban a ser más valiente en ciertas ocasiones. Quién sabe si el reflejo de una patología. No lo sé. Lo que sí sé, es que nunca debieron ser motivo de castigo.

Siempre me he preguntado hasta que punto ese episodio fuera una lección que tardé mucho en desaprender: pienses lo que pienses y pase lo que pase por tu cabeza, no debes compartirlo. Para una queda y de la cabeza no sale.

Boca cosida y cara sonriente... así pasé más de quince años.

Carmela y Cuhumeneia nunca supieron que vomitaba la comida, que ayunaba o que restringía alimentos... para aquel entonces no formaban parte de mi día a día. 

Existían y existen porque formaron parte de mi infancia, quizás si les hubiera contado lo que me pasaba, me hubiera costado menos contárselo a mi madre... o hubiera tenido la suerte de que alguien me hubiera escuchado tras la puerta.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net

lunes, 22 de junio de 2015

Recuperación 4 - Anorexia 0


Recuperarse de la anorexia es un proceso largo y costoso. Un camino en el que a veces, cada vez menos, tienes que parar para coger fuerzas. Las piernas flaquean, la cabeza se ralentiza y el desánimo te envuelve. 

Pararse y respirar, una de las mejores cosas que una puede hacer durante el proceso de recuperación. El tiempo necesario, sea cual sea. La meta está clara: la recuperación... eso sí,  sin prisas. A 20 años de enfermedad no le viene ni de un mes, ni por suerte de un año.


Tener la cabeza clara es uno de los ejercicios más desquiciantes,  cuando la anorexia todavía te abraza fuerte. 

Es por eso que el tiempo te enseña a poner en práctica pequeños hábitos para desprogramar tu cerebro... un cerebro enfermo.

Yo puse en marcha unos cuántos, con un miedo terrible a un nuevo azote de la anorexia. Pequeños trucos que he recomendado, siempre que he podido... me han funcionado y me han dejado salir del búnker. Ese espacio en en el que vives sin miedo a los ataques, pero presa de ti misma.

En realidad, le puesto las cosas más difíciles a la anorexia y a mi misma... a mi parte enferma.

Deshacerme de la báscula... uno de los pasos más catárticos y el principio del fin. El primer gol a la enfermedad.

Comer siempre acompañada... acabé aprendiendo que la comida no es nin el centro de atención ni un acto íntimo que roza el fetichismo. Segundo tanto a favor de la recuperación.

Tirar la jarra del agua... mi gran aliada en la mesa. Cuanto más bebiera menos hambre tenía y más fácil me resultaba vomitar. Así que el agua en vasitos y a buscarla cada vez que sea necesario. El empacho de agua encajó el tercer gol.

Nada más terminar de comer o cenar, iba directa al baño. No sólo pedí que no me dejaran... fui un poco más allá. Nada más levantarme de la mesa salía a la calle... un paseo por el barrio, dos vueltas a la manzana, sentarte en un banco. Cualquier cosa menos entrar como un robot al baño. Cuarto tanto, por el momento.

Así fui moldeando mi cerebro, con el mismo esfuerzo del artista que esculpe mármol... para dar forma a la figura imaginada y perfeccionarla, hasta conseguir la escultura más bella que hubiera soñado. 

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: Galleria dell'accademia

jueves, 18 de junio de 2015

Bienvenida al mundo!



A esa niña que nació un día como hoy, me gustaría decirle tantas cosas!

Primero de todo, que nacer no es una responsabilidad sino un privilegio. Que uno no escoge venir a este mundo y que cuando lo hace, no viene solo. Muchas personas le acompañan desde ese momento y a lo largo de toda la vida. 

Le contaría que la responsabilidad y la exigencia tienen límites y que no pasa nada por decir no. Que ser como uno es, es maravilloso y que una no tiene que intentar parecerse a nadie

Le preguntaría porqué se esconde bajo la mesa de mármol del comedor y llora. Querría saber qué le pasa. Porqué no se siente importante y porque su cabeza funciona a diario intentando entender cosas que no están a su alcance.

La abrazaría y le diría que siempre me tendrá y que saldrá de todo lo que la vida le ponga por delante. Que aparque sus miedos porque ella en realidad es valiente, que no tema, que no sufra... que nadie le pidió nada al llegar a este mundo

Me sentaría con ella a tomar un Bitter Kas, una de sus bebidas preferidas, para que me diga todo lo que le ronda por la cabeza. Que no se avergüence de nada y que cuente porqué le da tanto miedo que la puedan abandonar.

La tranquilizaría tendiéndole mi mano... le tocaría su pelo suave, su barbilla puntiaguda y sus ojos brillantes. Le explicaría que, como ella,  los padres no nacen enseñados y que su hermana volverá para no marcharse jamás. Le daría una de las mejores noticias de su vida... que tendrá un hermano que la amará sin límites.

Y para acabar, le diría que hay amores que no son para siempre... pero que siempre llega el verdadero. 

La felicitaría por la cantidad de cosas que va a ser capaz de hacer, por su fuerza, por su valentía, por su coraje, por su tesón y por las ganas de cambiar sus tormentos

Me fundiría en un abrazo y dormiríamos juntas, con un pie fuera de las sábanas y sin echarle el humo de la respiración en su cara... que tan nerviosa le pone.

Le diría que soñara con su hijo, con sus padres y hermanos, con su marido, con su perro y con sus amigos. Con lo que vale la pena en esta vida

Gracias por leerme!

fuente de la imagen: www.photorack.net

lunes, 15 de junio de 2015

La anorexia y las tentaciones


Últimamente paso más tiempo sola del que desearía. No me siento sola... esa sensación desapareció hace mucho tiempo, pero por razones domésticas paso bastante horas conmigo misma. 


Esta circunstancia me mantiene en guardia desde hace unos meses. 


Estar sola es terreno abonado para la anorexia... ser dueña de tu tiempo y espacio, sin peligro a que nadie se entrometa, es el marco perfecto para la enfermedad.

En mi caso, como y ceno sola todos los días... una situación ideal para la anorexia y que, poco a poco, podría utilizar con fines ilícitos. Esto me torna en una persona todavía más exigente y firme.


Durante muchos años he vivido un vaivén de tentaciones llamando a la puerta y colándose por las ventanas. Y ahora ya no me apetece entrar en ese juego, pero a veces la apetencia no es suficiente... la anorexia tiene un componente mental muy potente y no pierde ocasión para la seducción.

¿Qué tentaciones mantengo a raya? Las más importantes y ante las que he construido un muro: comer menos cantidad y coquetear con alguna dieta. Luego,  las tentaciones menores que pueden desencadenar males mayores, como terminar subida a la báscula de una farmacia.


Tres frentes que saben cómo esperar en el quicio de la puerta. Así que cada día abro ventanas y puertas... fuerte y valiente, como si no hubiera mañana. 

A la anorexia le encanta la sumisión, el silencio, el secreto, la oscuridad, la soledad y yo no me escondo ni acobardo. Me comunico, hablo, cuento, digo, salgo y entro. 

Dejo entrar el aire fresco en casa y en mi cabeza y me recuerdo cada día que yo soy más cosas que una persona que ha arrastrado la anorexia durante más de 20 años.



Gracias por leerme!

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lunes, 8 de junio de 2015

Las tallas y la anorexia


Siempre me han llamado la atención las enfermedades en las que el cerebro deja de funcionar correctamente y no experimenta ciertas sensaciones. Por ejemplo, la anosmia y la insensibilidad congénita al dolor. En el primer caso, la persona tiene atrofiado el sentido del olfato y su cerebro no identifica los olores, ni agradables ni fétidos. En el segundo, el cuerpo es insensible al dolor y a las temperaturas extremas. 

En realidad, lo que siempre me ha atraído es el funcionamiento del cerebro y las reacciones que se desencadenan en nuestro cuerpo cuando el cerebro recibe una señal. Sea por eso, quizás, que quise estudiar psicología. Carrera que algún día terminaré, cuando el tiempo y el espacio dejen de confabularse.


Cuando voy a comprar ropa, lo hago acompañada. 

Y siempre me acabo preguntando si mi cerebro habrá perdido la capacidad de identificar mi talla. Ir a comprar ropa me genera ansiedad... no me gusta. Entre otras cosas, porque a simple vista no sé decir si una prenda me va o no.


Uso la misma talla que siempre. El matiz está en la palabra siempre, porque he estado el mismo tiempo curada que enferma... entonces, en mi caso ¿qué es siempre? De la talla de enferma, prefiero no hablar. De la talla de siempre, sí. Si me preguntáis qué talla uso, sé contestar... teniendo en cuenta también que según a la tienda es una u otra.

Lo que no soy capaz de decir, viendo una prenda a simple vista, es si me va o no... siempre creo que necesitaré otra talla. En mi caso lo tengo fácil porque Diego me suele acompañar. Me hace de lazarillo. 'Esto te va grande o pequeño'... y efectivamente! me sobra o me falta por todos lados. Ir con mi marido es la manera de no eternizar las compras porque de cada pieza tendría que coger un par o tres de tallas.


Sin ir más lejos, el otro día me compre una camiseta. Sola, sin ayuda de nadie. Para que os hagáis una idea: cogí la talla pequeña y la grande, para saber cuál de las dos me iba. No le pregunté a las dependienta, en parte por vergüenza... en parte para aprender a pescar por mi misma algún día.


Me llama la atención no tener esa capacidad de abstracción. No sé si alguna vez la he tenido o la perdí por el camino. Al principio, me angustiaba mucho... e incluso llegaba a llorar. Con el tiempo lo he asumido y tengo que deciros que algunas veces acierto!

Quizás esta sea una de las razones por las que la anorexia me daba seguridad. Entraba en la tienda y sabía que talla tenía que enfundarme... nunca había margen de error.


Con la recuperación tuve que aprender a pedir una talla, dos o tres más... cosa que me resultó terrorífica. Todavía no estaba curada y fue uno de los peores tragos.



No sé si la anosmia es reversible y si algún día el cerebro puede volver a discriminar olores. Tampoco, si con el tiempo aprenderé a identificar una prenda a simple vista. Mientras, lo intento. A la espera que mi cerebro no deje de sorprenderme.

Fuente de la imagen: www.phorack.net

viernes, 5 de junio de 2015

¿Cómo ayudar a un adolescente? Los primeros coqueteos con la anorexia


Una no viene preparada para la vida, ni en general y mucho menos en particular. La verdad,  muy pocas cosas en la vida (o casi ninguna) vienen con libro de instrucciones. Las importantes, ninguna con manual. Y cuando te encuentras frente a frente con una de ellas, piensas que ojalá pudieras sortearlas con la misma intuición que pones una lavadora, pero no es el caso.

La maternidad es una de esas facetas de la vida que te encantaría viniera con su correspondiente modo de uso... y por mucho que busques, en ningún cajón está.


El otro día mi hijo me confió un secreto de adolescente: 'Mamá, ¿sabes que mi amiga tiene el mismo problema que tú? Le cuesta mucho comer y cuando lo consigue, lo vomita todo'.

Por si no fuera suficiente, la cosa no quedó ahí. El secreto era de lastre largo. 'Ella es la que mejor está de todas sus amigas. Las otras lo vomitan todo para no engordar y miran las etiquetas de los alimentos para saber si se lo pueden comer'.

Si la vida viniera con libro de instrucciones, no sé en qué página estarían las indicaciones para este supuesto... yo me las tuve que ingeniar. Tenía que dar una respuesta a mi hijo y no sabía por dónde empezar!

Ojiplático, Marc esperaba el número de página... 

Le conté que después de mi historial y una vez recuperada, me he dado cuenta de o importante que es compartir los secretos. Por feos que sean. 
Y no hablo de complicidades... hablo de valentía para confesar lo que esta matando tu felicidad.


La primera vez que destapé mi secreto fue frente al espejo. 'Vomito todo lo que como, vomito todo lo que como, vomito todo lo que como'. Repetía sin fin... ahogada por mis propias palabras y lágrimas.


Fue un paso definitivo.  De tanto escucharlo, me planteé que pasaría si se lo contaba a alguien. 

Tirando de imaginación cerré los ojos y me vi en medio de una plaza... rodeada, llena de gente. Sólo se trataba de confesar y esperar la reacción del público. 'Vomito todo lo que como, vomito todo lo que como, vomito todo lo que como...'. Las normas que puse para esta situación imaginaria fueron honestas: si nadie se giraba y se me quedaba mirando, todo estaría bien.

Nada más terminar de pronunciar mi frase prohibida, todas las miradas se clavaron en mi. Sabía que tarde o temprano tendría que llegar el momento... lo que me traía entre manos no era tan normal.  

A pesar que enseguida me ofrecí para ayudar a la amiga de mi hijo, hasta ahora no he vuelto a tener noticias. De momento, le pedí que le hablara de la Plaza de la verdad... y que le confesará que yo todavía, de vez en cuando, me paseo por allí.

Gracias por leerme.

Fuente de la imagen: www.photorack.net






miércoles, 3 de junio de 2015

El anorexio


Hace unos días me desayuné con la noticia de la muerte de Jesús Lizano, un poeta catalán, el mejor, que decidió marcharse a los 84 años. 
Lo descubrí hace un tiempo largo. Víctor Amela hablaba de él en televisión y me fascinó, a pesar de que a mi no me encanta la poesía.

Un poemo que se metió en mi cabeza e hizo su trabajo. Unas palabras que pasaron a formar parte de mis recursos de cabecera... los que me salvan, los que me recuerdan que las cosas fueron y ya no son. Las que me dicen, cuando lo necesito,  que el poder está en mi.

Os dejo con el poemo que me hizo entender que el anorexio se puede cambiar... puede dejar de ser, si te lo propones. 

Una versa que me trajo a la cabeza palabras importantes para mi que con la técnica Lizano aprendí a relativizar y a quebrantar: los espinacos, los verduros, las quilas... el básculo y unas cuantas más que parecían nunca iban a cambiar en mi cabeza.

POEMO
Me asomé a la balcona 

y contemplé la ciela 
poblada por los estrellos. 
Sentí fría en mi caro, 
me froté los monos 
y me puse la abriga 
y pensé: qué ideo, 
qué ideo tan negro. 
Diosa mía, exclamé: 
qué oscuro es el nocho 
y que sólo mi almo 
y perdido entre las vientas 
y entre las fuegas, 
entre los rejos. 
El vido nos traiciona, 
mi cabezo se pierde, 
qué triste el aventuro 
de vivir. Y estuvo a punto 
de tirarme a la vacía... 
Qué poemo. 
Y con lágrimas en las ojas 
me metí en el camo. 
A ver, pensé, si las sueñas 
o los fantasmos 
me centran la pensamienta 
y olvido que la munda 
no es como la vemos 
y que todo es un farso 
y que el vido es el muerto, 
un tragedio. 
Tras toda, nado. 
Vivir. Morir: 
qué mierdo.


Gracias por leernos!
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lunes, 1 de junio de 2015

La anorexia al sol. La playa y yo


Nunca me ha gustado la playa, nunca de los nuncas. Desde pequeña me pareció aburrida y bastante asquerosa. La mezcla de arena, crema solar, calor y sudor, siempre me ha superado. Mis padres tampoco han sido muy de playa, así que en casa nunca hubo conflicto al respecto.
De joven aproveché mi nulo apetito marítimo para esconder alguna que otra frustración. Me aterrorizaba ponerme en biquini delante de quien fuera... incluso, por pura vergüenza, solía quedarme vestida.
Así que si no iba a la playa porque no me gustaba, ya de paso no me tenía que exponer. Creía firmemente que todos los que allí estaban, se entretendrían en diseccionar mi aspecto y mirar mi cuerpo a través de un microscopio (el mismo que yo tenía en la cabeza para analizar cualquier cosa). 
De mayor he ido volviendo. Y la verdad, me sigue pareciendo una actividad poco atractiva... como siempre. Pero fue allí, entre arena y crema solar, dónde hice una reflexión definitiva para mí.
Había crecido con el convencimiento que lo que se grababa en el cerebro, por siempre quedaba. Por eso, mi problema sería eterno... mi cabeza había aprendido a funcionar rechazando la comida y mi propio cuerpo. Y eso, ya no cambiaría.

Fue en la orilla del mar... sentada. Estampé mis manos en la arena para que quedasen marcadas. Perfectas quedaron... preciosas! (yo diría). Y cuando llegó la ola, se las llevó... a pesar de haberlas apretado tan fuerte como pude.
Pasó lo mismo con las palabras que escribí... se iban mar adentro. Qué me hacía pensar entonces que mi cabeza era de piedra... un disco duro sin posibilidad de formatearlo. ¿Mi comportamiento con la comida era imposible de cambiar?.

'Yo soy así', fue la primera frase que invité al fondo del mar. El agua se la llevó con calma. 

En el mar aprendí que nada es perpetuo y que con el impulso necesario, las cosas podían cambiar. Sólo tenía que dejar darme la mano.
Desde hace tres años vuelvo al playa con frecuencia... en biquini, aunque no tome el sol, ni me bañe. Voy a escribir en la arena pensamientos que quiero ver marchar. 
Una terapia que me ayuda a entender que nada se mantiene y ya de paso, a reconciliarme con el mar y mi cuerpo... como el de cualquiera. Ni más, ni menos.
Gracias por leerme!
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