miércoles, 29 de abril de 2015

¿Cómo me despedí de la anorexia?



Como se hacían antes las cosas, a la antigua y a mano. Gracias a mi psicóloga, la mejor que existe. Es dura, me hace trabajar y pocas treguas me da. Ella sabe que siempre me implico al máximo, así que nunca o casi nunca tiene que llamarme la atención.

Hace 10 años que la conozco y a temporadas, cuando se me desordena la cabeza, me sigue tratando. La quiero por haberme enseñado a caminar y a ser lo que soy, aunque cuando empecé con ella la odié con todas mis fuerzas.

Anna lo sabe, nunca se lo he escondido, no podía soportar cuando a veces se ponía irónica y decía: 'pues claro que sí, sigue yendo al baño'.

Hemos hecho muchos ejercicios juntas, que os iré contando pero hoy me quedo con la carta que me hizo escribir.

'¿Quieres acabar con esto? Pues te propongo que le escribas una carta a la anorexia... que te despidas de ella'

Pensé que una locura así no podía salir bien. Nunca había escrito una carta a algo tan poco tangible y a la vez tan visible. Os dejo con lo que salió. Un texto que releo, de vez en cuando,  porque fue tan importante como definitivo. 



Aquí está la carta que suscribo cada vez que leo. Toda vuestra:



'Hola. Hoy te escribo a ti, mi compañera de viaje desde los 15 años. La que me ha llevado de la mano todos los días al baño, varias veces y a todas horas. La que me ha tapado la boca para que no comiera, los ojos para que no viera y los oídos para que no escuchara.

A ti que me has querido tanto y que me has tenido presa, mutilada y amordazada. A ti. Ha llegado el momento de plantarte cara y de decirte que no te quiero más en mi vida. Te invito a salir de ella. 

No te necesito porque gracias a ti, no tengo vida. Te has encargado de destrozármela. Y creo que este es el momento de construirla, sin tu compañía, sin tus consejos.

Sal por la puerta, igual que entraste sin pedir permiso. Vete y no vuelvas porque no eres bienvenida. Ah! y de paso, llévate a tu amiga... a la que de vez en cuando viene a decirme que me hinche a comer que tú ya harás lo oportuno.

Quiero que sepas que he emprendido un viaje que no sé exactamente dónde me llevará... pero tú no tienes billete. No me vas a acompañar . Porque,  ¿sabes? sin ti también sé hacer cosas y te lo voy a demostrar. Sin ti también soy persona y me sé relacionar. Sin ti se puede vivir.

Se acabó el 'todo incluído' que encontraste en mi.
Es duro despedirse de alguien que ha estado contigo a sol y a sombra pero no quiero ser más tu víctima.
Se acabo. Vete y no cierres la puerta porque hay mucha gente esperando a entrar.
Hasta nunca.'

Gracias, Anna.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.openphoto.net

lunes, 27 de abril de 2015

La anorexia y el cambio de armario


Hace unos días que la compañía telefónica se ha propuesto hacerme la vida más sabrosa, como era años atrás. Desde el Martes en casa no tenemos Internet, así que rellenamos el tiempo con cosas que antes quedaban en segundo lugar.

Ayer tocó el cambio de armario.  Sin encomendarme al parte del tiempo, pensé que el sol radiante no se iba a marchar más y me puse a sacar las camisetas de tirantes. Hoy creo que me he precipitado, pero ya está hecho. 


Me siento absolutamente satisfecha y contenta de mi reciente cambio de armario. No es por la manera de doblar la ropa, ni de ordenar las prendas por colores. Tampoco por poner jabones aromáticos o bolsitas de lavanda... todo eso forma parte de mi manera habitual de hacer las cosas. 



Me siento orgullosa porque mi cambio de armario no tiene nada que ver con el de años anteriores. Para mi era un momento agonizante. Como cuando te presentas al examen final y sabes que no contestarás a todo porque vas perdiendo los conceptos por el camino


Antes, mi cambio de armario requería probarme todas las prendas y mirarme al espejo desde todos los puntos de vista que era capaz. Comprobar si los botones cerraban o tiraban y si las cremalleras subían o quedaban a un centímetro del cierre.  


Mi cambio de armario duraba horas, quizás un fin de semana enteroYa me vais conociendo, así que no os quiero ni contar lo que provocaba que una prenda no me fuera, me hiciera una arruga inesperada o me marcara el culo más de lo previsto.


Esas prendas ocupaban un lugar privilegiado en el armario. Me las probaba a diario para ver si había bajado algún quilo, grasa o masa corporalLo peor es que ninguna acababa en la basura... eran un tesoro para mi!


Si la ropa bailaba en mi cuerpo, todo estaba bien. 

En cuanto a los pantalones, había una condición: subírmelos y bajármelos con el botón y la cremallera abrochados. En caso contrario, estaba gorda.


Y así, año tras año.

Ayer mi cambio de armario fue de lo más normal. Más bien tranquilo, diría. Sin estrés. Evidentemente, no me probé nada... ya me harté de los showrooms domésticos

Me deshice de un par de pantalones, unos por viejos. Los otros, por jubilación forzosa (durante años se me habían caído y eso me hacía sentir bien). Era una de mis prendas fetiche.  No me los ponía, pero allí estaban... dónde no tenían que estar.

Esto os puede parecer una pequeña cosa, pero supone un gran alivio para miNo sé si alguna vez habéis tenido un enemigo cerca. El mío, vivía en mi cabeza y decidía lo que entraba y salía de mi armario. Cualquier cosa, menos yo.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: photorack



viernes, 24 de abril de 2015

¿Cómo vivió mi madre la anorexia? Relato en primera persona

Os presento a mi madre, la mejor del mundo.


El post de hoy está escrito a cuatro manos. Las de servidora, como siempre, y las de una invitada especial: mi madre. 


La persona que más ha luchado junto a mi en este proceso porque cuando mis fuerzas flaqueban, ahí estaban las de ella... por rendida que estuviera. La que me acogió en su vientre y años después, supo a hacerme un hueco para que me cobijara de nuevo.

La 'Loli' no escribe pero hace muchísimas otras cosas, dice que la artista de la familia soy yo. Creo que, como todas las mades, exagera. 

Es su primer encargo literario con el que ha conseguido llegarme al corazón. Os dejo con su post:


Os voy a hablar de mi hija. No me es fácil recordar aquellos momentos en nuestra vida familiar. Fue a últimos de febrero o principios de marzo, cuando me confesó que tenía un problema con la comida. Para ser sincera,  hacía un par de meses que no la veía bien pero no le quise dar mucha importancia. Salía con un chico y pensé: 'cosas de pareja'. No fue así.


Un día por la mañana mi hija me llamó por teléfono y me contó que se encontraba muy mal. Serían las ocho de la mañana y  la 'nena' estaba bastante apurada. Con lo que me dijo, inmediatamente fui al ambulatorio y hablé con la enfermera.


Nos dieron visita al momento. Mi hija quiso que entrara con ella en la consulta y explicó todo lo que pasaba, desde hacía mucho tiempo. Yo, claro está, escuchaba y no daba crédito a lo que estaba diciendo. La doctora, muy cariñosa con mi hija, dijo que se trataba de una enfermedad mental y nos mandó a una unidad hospitalaria de trastornos alimentarios. Tardaron dos meses en llamarnos.

Mientras, yo sentía que tenía que explicar a la familia lo que acababa de pasar con nuestra hija pequeña. 



Aquel mismo día se lo conté a Montse, la mayor. No se lo podía creer. Al cabo de unos días los reuní y les conté lo que ocurría. Su hermano pequeño, Álex, se asustó cuando le dije que el diagnóstico era claro. Su padre no entendía lo que le pasaba y lo único que decía es que 'no podía verla así'


Lloramos mucho todos, pero en ese momento tocaba ser fuerte. No había más salida.


Mientras esperábamos que nos llamaran del hospital, mi hija seguía trabajando. Con los ánimos y la moral por los suelos. Esos dos meses de esperas fueron durísimos. Tuvimos que ir varias veces a urgencias de psiquiatría porque M. Ángeles tenía mucha ansiedad, no comía, casi no dormía y estaba muy triste.

Finalmente llegó el día en el que fuimos al hospital. A mi no me dejaron entrar. Me quedé en la sala de espera y cuando veía pasar a las pacientes por allí, se me encogía el corazón.



Lo más duro fue  darse cuenta que mi hija no estaba mucho mejor que ellas.


El peor momento: cuando nos dijeron que tenía que ingresar en el hospital de día. Nos explicaron que era la mejor opción. Y aunque fue difícil para todos, gracias a eso hemos llegado dónde estamos hoy en día.

En ese momento tuvimos que organizar la casa: la 'nena' y Marc se vinieron a vivir con nosotros. No podían estar solos. Mi hija mayor me pidió que no me ocupará de nadie más que de la nena, que el resto daba igual. Ella se encargó de su sobrino. Se acercaba final de curso y venían todos los exámenes. Gracias a Montse sacó el curso adelante. Mi hijo se llevaba a su hermana todas las tardes a su casa, no quería que estuviera sola ni un minuto. Lucas, nuestro schnauzer preferido, no la dejó ni a sol ni a sombra.

El día a día era muy difícil. M.Ángeles tenía unos ataques de ansiedad muy fuertes y no sabíamos qué hacer. No quería salir a la calle y cuando lo hacíamos, dábamos muchas vueltas para no ver a la gente. Me la llevaba de paseo todos los días, aunque ella no quisiera. Me sentía muy impotente porque no sabía qué hacer con una persona tan destruida.


También Costaba mucho que mi hija comiera. Recuerdo la hora de la cena: sentada en el sofá como un pollito. Estaba una hora para conseguir cenar y siempre quedaba algo en el plato. Incluso con lagrimones se ponía a comer. 


Mientras yo la controlaba sin que se notara y sin presionar en exceso. No quería ponérmela en mi contra, al contrario.


Hubo momentos en los que me sentí culpable y a la vez, impotente.


La 'nena' cambió por completo. Aunque siempre ha sido buena y cariñosa, no tenía el mismo carácter. Estaba muy triste. Había dejado de sonreír, a pesar de lo risueña que siempre había sido. Lloraba mucho por su niño y constantemente preguntaba qué sería de él.

A medida que fue pasando el tiempo fue mejorando. Muy lentamente. Esta enfermedad no quiere prisas. Empezó a salir con sus compañeras del hospital. Las horas de la cena fueron mejorando, empezó a dormir más y mejor, a estar un poquito más contenta y a tener ganas de hacer cosas.



Después de 6 meses le dieron el alta del hospital. Ese día me dejaron entrar al hospital para que viviera junto a ella su alta (mi hija pidió permiso. No quiso que me perdiera un momento tan importante). 


El doctor Soriano, el psiquiatra de la unidad, la felicitó por su valentía. Incluso hicimos una fiesta en el hospital con sus compañeras que se quedaban todavía ingresadas. Hasta le dieron un diploma por paciente ejemplar. Un diploma que está enmarcado y siempre a la vista en casa. Al cabo de un tiempo largo le dieron el alta de la enfermedad, algo con lo que habíamos soñado toda la familia.

Al poco tiempo de recibir el alta, me dijo que había conocido a un chico. Nada más lo sabía yo! 



Aquel chico la ayudó a caminar y hoy en día es su marido. Le doy gracias a él, a nuestro Diego, por su gran apoyo y ayuda. Fue una pieza fundamental.



Mi hija logró vencer la anorexia con su fuerza de voluntad y valentía... y también, con un poquito de nosotros. Ahora nunca olvida sonreír. 

Vuestros hijos también pueden.

Gracias a mi madre y a todas las madres del mundo por ser y estarGracias por leernos!

martes, 21 de abril de 2015

Re-aprender a comer sola


Mientras tuve anorexia una de las situaciones que más anhelaba era comer a solas. En mi caso porque comer sola quería decir directamente no comer. El síntoma, como os imagináis, estaba muy presente.

Así que siempre me las inventaba para terminar sola a la hora maldita. Una reunión, mucho trabajo, o cualquier otra excusa barata servía para que en ese momento me transformara en un ser asocial

Evidentemente no hacía el intento de acercarme a ningún restaurante, tampoco de abrir la nevera si estaba en casa. El problema desaparecía cuando todo el mundo que insistía que había que comer se marchaba. '¡Menos mal... por fin!', pensaba.

Todos los días de la semana que podía. Y si no lo lograba, me ponía de mal humor. Insoportable, diría. Días que se sumaban a los de meses anteriores. El resultado: cada vez tendía más al infinito.

Cuando todo el mundo comía yo me dedicaba a caminar, caminar y caminar. Y si después podía volver del trabajo andando, mejor. Y si además contaba en casa que había merendado muchísimo, rozaba la excelencia. Y si eso se traducía en no cenar, era la mejor. 

Con el tiempo, y ya dispuesta a recuperarme, he tenido que re-aprender a comer sola. Jamás lo había probado porque me había dedicado a mentir durante años, haciendo creer que comía... incluso inventándome el menú, en caso necesario.

Hay personas a las que no les gusta comer solas porque se dan lástima. A mi me daba miedo.

A fuerza de voluntad, lo estoy superando. Ahora me acerco un día a la nevera para hacerme una ensalada. Y otro, cruzo la calle para pedirme una verdura y una carne a la plancha.

Todavía hoy cuando me quedo sola en casa tengo la tentación de no comer o cenar. De hecho, se me pasa por la cabeza pero en casa todos lo saben. Y a mi eso, lejos de incomodarme, me ayuda.

Aunque os parezca una tontería, no hay nada más efectivo para una misma y para quien te rodea que enviar una foto de tu cena íntima (comiendo)... hablar por teléfono con tu madre antes y después de cenar... o dejar los platos por fregar como prueba del delito.

Sí, yo también he pensado que todo eso se puede premeditar y fingir. Es cierto, pero no tengo ganas de perder el tiempo y desperdiciar mis días inventándome un menú y manchando unos platos. Las sobremesas vacuas y absurdas quedaron atrás.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.photorack.net

domingo, 19 de abril de 2015

¿Cómo confesé que tenía anorexia?


Era miércoles y como todas las semanas, tocaba ir a la terapia de grupo. Hacía más de un año que me había puesto en manos de Mercedes.
Todo iba lo mal que se podía esperar: la anorexia destrozaba no sólo mis días, también las horas, los minutos y segundos... mejor dicho, se me había escurrido entre los dedos. 

Buscaba un lugar donde hacer yoga y fui a dar con un centro en el que además hacían terapia de grupo. Cada miércoles era una dinámica diferente y eso a mí me atrajo mucho. Entre diez y doce personas nos reuníamos hasta las 10 de la noche. Así que recuerdo que fue un miércoles entre las 8 y las nueve de la noche. No alcanzo a más... sólo que era antes de Semana Santa.

Mercedes esa tarde preparó una dinámica sobre los secretos. Escalofriada, de pies a cabeza, escuché a Mercedes. 

Hacía meses que estaba muy intranquila. Era consciente de arrastrar un peso que me aplastaba de la mañana hasta la noche.
Tenía la necesidad de compartir un secreto de varias toneladas, pero no me atrevía... tampoco sabía dónde, ni con quién hacerlo.

Supe de inmediato que ese día lo iba a contar. Estaba completamente segura. La vida me lo sirvió en bandeja y me sentí valiente para hacerlo.

Como si de un guión se tratara, después de charlar unos 20 minutos Mercedes preguntó: '¿alguien tiene un secreto que compartir?, ¿a alguien le apetece contar su secreto?'.

Antes de que mi cabeza pudiera reaccionar, se me cayó de la boca un 'yo'. Tan seco, como muerto de miedo.

Una de las cosas que más me aterraba y en la que ya había pensado,  era la reacción de la gente cuando contara que vomitaba la comida. Me imaginaba ojos y bocas abiertas, y eso me asustaba. Quizás porque, desde hacía años, yo misma tenía la sensación de vivir con la boca y los ojos de par en par. 

A partir de ese momento, los hechos se apelotonaron uno sobre otro. Pedí al grupo si le importaba ponerse una máscara de las que corrían por el taller. No quería ver la reacción de nadie. Fueron generosos,así que me vi frente a un grupo de 10 o 12 personas todas con una máscara blanca. No tenían expresión y eso era lo que yo necesitaba.

'Desde hace años cada día vomito lo que como. Nadie lo sabe, ni se lo imagina y yo no puedo más con esto'.

El silencio era atronador. Un parto seco había dejado al descubierto mi secreto... mi fantasma. Las lágrimas, que siempre me acompañan a todas partes,  hicieron el resto. 

Necesité tres días para gestionar lo que había pasado. El sábado llamaba a mi madre para pedirle que me llevara al médico. Intuyo que abrió los ojos y la boca más de lo que jamás hubiera imaginado, pero no lo vi.

Ese miércoles entendí que los secretos tienen la importancia que uno mismo les quiera dar. Mi descubrimiento me resultó cuanto menos contradictorio: existen porque se ocultan. A la vez, experimenté algo inesperado: cuando los cuentas, pesan menos. 

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.photorack.net


miércoles, 15 de abril de 2015

Arranca la primavera. La mejor y peor época del año




La primavera siempre ha sido una época que he vivido con alegría desde bien pequeña. Me conecta con algo especial. De hecho, fue el momento que elegí para abandonar el vientre que sabiamente me cobijó durante 9 meses. 



Supongo que a estas alturas, a mi ritmo, ultimaba detalles. Y también imagino que algo de esa energía constructiva que experimenté ha quedado en mi, porque la primavera me re coloca y me dispara... como sucedió en la tripa de mi madre. 



En mis mejores primaveras la energía brota y la vida eructa. Una sensación que desapareció durante años. La anorexia convirtió mi estación preferida en el momento más agrio del año. 



Tenía que estar lista para quitarme ropa, enfrentarme a la talla de un año atrás, y además a punto para situaciones dispuestas a dejar en evidencia mi cuerpo y conducta alimentaria. 


Con el tiempo llegaron las dietas severas para hacer frente a la estación más maravillosa del año. 


Las restricciones se multiplicaban y las visitas al baño, más. 

Y toda esta carga generaba en mi una ansiedad tremenda. Semanas antes ya estaba comprobando si los michelines habían crecido durante el invierno y eso era capaz de arrancarme el sueño y destrozarme el ánimo.



De todo ello hablo en pasado. En mi caso, porque el tiempo y los médicos le han devuelto el sentido a mi primavera.  Sin esconder que es una época en la que sufro un importante envite, durante el que reviso que las cosas siguen estando claras.



Es un momento en el que me siento insegura, más fea... me disgusta mi cuerpo. Afloran sentimientos y confundo sensaciones. Hago verdaderos esfuerzos para no caer rendida a la dictadura de la anorexia

Así es mi primavera. La estación que un día lograré sea igual a la primera, allí en el vientre de mi madre. 


Gracias por leerme!



fuente de la imagen: www.photorack.net

lunes, 13 de abril de 2015

La anorexia y el peso: agua y aceite.


Actualmente el peso es un concepto que sólo existe en mi mente. Hace un tiempo que habita allí, junto a otras ideas y alguna fantasía. 


Una de las cosas que más enganchada me mantuvo a la enfermedad era controlar minuto a minuto lo que pesabaUna galleta o un vaso de agua era motivo suficiente para comprobar qué efectos inmediatos tenían en mi cuerpo

Así que convertí el peso en una obsesión irracional y compulsiva. No me importaba vivir esclavizada a la báscula... la había convertido en el motor de mi vida. Ella me decía cuándo tocaba arrodillarse en el baño... sin importar la hora, el lugar y el momento. Le había dado el poder y también la autoridad para alimentar mi cabeza.

No sólo me pesaba varias veces al día, sino en varias básculas. Y lo peor, según el momento me quedaba con el peso que más me convenía

Si el estado anímico era bueno, ese día creía la balanza que decía que pesaba menos. Pero si el día tendía al desastre, lo redondeaba aceptando como único peso válido el mayor. Una catástrofe.


Una vez en tratamiento fui consciente del mal que me hacía (y me sigue haciendo) saber mi peso. Pesara lo que pesara, siempre quería llegar a menos, aunque estuviera muy por debajo de los límites que correspondían a mi estatura.

Hoy en día he entendido que pesarme no me ayuda en nada. Soy incapaz de poner ese dato en su lugar, sin darle más importancia. 
Hacerlo puede ser el principio de una serie de consecuencias que una tras otra, me llevan a una situación insostenible.


Actualmente hace unos tres años que no me peso. Todavía lo hacen las enfermeras por mí, de espaldas y en ropa interior. Sin decírmelo, lo anotan en un papel y se lo entregan al doctor.


Yo no quiero ni puedo saber lo que pone en ese papel. Quizás penséis que si todavía no soy capaz saber qué peso, sin que pase nada, es porqué no estoy curada. Puede que sí. 

De momento, no me pesaré. Tampoco volveré a hacer una dieta. Son dos de mis principios. Al menos, hasta que deje de relacionar el peso con el éxito o el fracaso.

Como veis, recuperarse de anorexia no es sólo aprender a comer y reconciliarte con tu cuerpo y los alimentos. Recuperarse de anorexia es hacer frente a muchas cosas, todas ellas en su momento y tiempo justo.


Gracias por leerme!

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miércoles, 8 de abril de 2015

Mi mantra contra la norexia



Dicen que la vida siempre tiene una mano lista para tender. Sólo hay que estar dispuesto a encontrarla, en cualquier remota esquina o solitario cajón. Yo la encontré en un libro. Uno de los que guardo con más estima en la estantería de casa.

'La Caverna' de José Saramago. La duodécima novela del Premio Nobel que vio la luz en el año 2000. Para mí, uno de los mejores libros que he leído junto a los de Kafka y Truman Capote.


Fue allí, entre sus páginas donde encontré un tesoro. El que me a compaña allá donde vaya... pase el tiempo que pase

Lo tengo tan presente que cada año, cuando estreno nueva agenda, reservo la primera página para las sabias palabras de este escritor portugués.

No os contaré lo que para mí significan. Es de fácil desentrañar.


 Quiero compartirlas por útiles. Sobretodo, cuando una ha desperdiciado tanto tiempo de su vida luchando por lo que no tiene y deseando lo que no es.



"Es con lo que es con lo que tenemos que vivir, no con lo que sería o podría haber sido. Admirable y pacífica filosofía esa tuya. Perdone si no soy capaz de llegar a más, pero nací con una cabeza que sufre la incurable enfermedad de justamente preocuparse con lo que sería o podría haber sido. ¿Y qué he ganado con esa preocupación?, preguntó Marcial. Tienes razón, nada, como tú muy bien me has recordado es con lo que tenemos que tenemos que vivir, no con las fantasías de lo que podría haber sido, si fuese".
'La Caverna', José Saramago.

Gracias por leerme!

Fuente de la imagen: www.photorack.net

miércoles, 1 de abril de 2015

Sí, la anorexia es una enfermedad. Sólo una enfermedad.



En mi caso uno de los momentos más difíciles de encajar durante el proceso de recuperación vino al principio, cuando me  dijeron que tenía una enfermedad. 

Entender que estás enferma y además asumir e integrar que tu dolencia es mental, es realmente difícil.

Afino más. Lo traumático fue aceptar y darme permiso para que a mi me pasara eso... ¡A una persona tan responsable, seria y competente! bajo mi punto de vista, claro está.



Salí de la consulta del médico con la dignidad por los suelos y la cabeza por apuntalar. 

Ese dardo me había generado un tremendo caos con el que no sabía que hacer. Por suerte poco tardé en darme cuenta que había trabajo pendiente, si quería sacarme de encima esa 'lacra'

Al principio las fuerzas sólo me permitían contemplar. Me dedique entonces a esperar que  el tiempo acreditara la teoría del psiquiatra. No hice más. A ratos le daba pábulo y a momentos, la desmontaba como un castillo de naipes.

Luego estuve un poco más dispuesta. Porque había decidido creer un poco más en las razones del médico,  necesitaba dejarme llevar. Fue cuando empecé con las terapias, las sesiones y las dinámicas de grupo. 

Entonces estaba preparada para que la vida me hiciera un regalo: era una tarde de primavera y estaba en la ACAB (la asociación catalana de anorexia y bulimia). Tocaba grupo pero después de esperar 20 minutos, nadie había llegado.   Marta y yo decidimos que nada mejor que una sesión bis a bis

'Muchas veces has dicho que te gustaría tener mi cuerpo. ¿Quieres que te demuestre que estas equivocada?'

De golpe me vi de rodillas en el suelo dibujando el contorno del cuerpo de Marta. Rotulador en mano,  sumamente concentrada. Luego cambiaríamos los papeles y el color del rotulador. 


¿Os cuento lo que pasó? Las diferencias entre su cuerpo y el mío eran mínimas. Realmente difíciles de encontrar en un dibujo completamente entremezclado.  


Me acababan de demostrar que tenía un cuerpo que envidiaba en otras chicas y era incapaz de verlo en mi. Entendí que luchaba por un cuerpo que no sabia que tenía.


Como si de una iluminación se tratara, entendí al instante lo que quiso decir el doctor. 'La anorexia es una enfermedad y ahora ya sé contra qué lucho', le dije a Marta.

A partir de entonces, decidí recordarme a diario algo que me haría bien: 'sólo una enfermedad'.

Gracias por leerme!

Fuente de la imágen: PhotoRack